Crítica de cine: Babygirl y la tentación de lo prohibido

Babygirl ya está en cines.

Nicole Kidman brilla en esta película que explora las zonas más incómodas de las relaciones humanas, el consentimiento y el control en un relato provocador que explora terrenos moralmente ambiguos.

Desde sus primeros minutos, cuando su protagonista comienza a autosatisfacerse tras fingir un orgasmo con su marido —lo que la lleva a mirar contenido para adultos en busca del éxtasis que le fue negado—, Babygirl avisa sobre una bomba que está a punto de explotar. Y una vez que aquello estalla, la interpretación de Nicole Kidman impulsa a esta película como el primer gran estreno que llega a los cines chilenos en 2025.

Dirigida por la actriz y directora danesa Halina Reijn, cuya obra anterior fue la película de terror Bodies Bodies Bodies, gran parte de la propuesta de Babygirl se desata por los problemas de comunicación entre los seres humanos: aquello que no se dice ni siquiera en entornos de confianza, y las culpas que se le achacan al otro en una relación por la incapacidad de revelar qué se quiere y cómo se quiere.

En el centro de todo está Romy (Kidman), una exitosa directora ejecutiva de una compañía tecnológica dedicada a algo tan pragmático como los empaques. Sin embargo, está completamente insatisfecha con su vida sexual junto a su esposo de más de 20 años, Jacob (Antonio Banderas), un director de teatro que nunca la ha llevado al punto máximo del placer. Aunque su vida profesional parece perfecta —es respetada por sus empleados y dirige un trabajo soñado que creó desde cero—, Romy oculta las inseguridades y limitaciones propias de alguien que jamás ha dado rienda suelta a sus deseos más profundos: ser dominada y someterse a ello. Solo ha visto la distorsión de un fruto prohibido detrás de una pantalla, y el filtro triple equis, pero nunca le ha dado una mascada.

Todo cambia un día en las afueras de su trabajo, cuando un perro suelto la confronta de forma amenazante. Claro que el animal es controlado sin problemas en medio de sus ladridos por un joven desconocido que, poco después, Romy descubre que es un nuevo interno de su compañía llamado Samuel (Harris Dickinson). La atención que él despierta en ella es inmediata, lo que aumenta una vez que Samuel la elige como mentora para su pasantía, gracias a un programa interno de la empresa. A partir de ahí, en su primera reunión, se refuerza la atracción impropia que Romy siente, lo que pronto da pie a una relación extramarital en la que Samuel toma el control absoluto y Romy se entrega completamente, llegando a adoptar el rol literal de una “perra sumisa”. Buena chica. Toma tu galleta.

Bajo la certera dirección de Reijn, quien maneja los tiempos de anticipación, para sumergirnos en el entorno de Romy entre el deseo y lo prohibido sin caer en clichés, Babygirl explora temas como el poder, las relaciones impropias, la fragilidad psicológica y el consentimiento sexual. Incluso llega a difuminar el terreno del acoso laboral: mientras Romy tiene control sobre su trabajo, este poco a poco se diluye a medida que se somete sexualmente y desarrolla un creciente interés afectivo hacia Samuel. Y desde el primer momento, él tiene claro que posee el dominio total, llegando incluso a torearla con la amenaza de que puede arruinar su vida con una sola llamada.

Aunque la película nunca adopta del todo los elementos de terror que caracterizan clásicos eróticos del cine estadounidense como Atracción Fatal o Bajos Instintos, sí logra transmitir agobio con situaciones dignas de un thriller psicológico. Esto se potencia con el carácter controlador de Samuel y la forma en que Romy va perdiendo el control de su personalidad. Mal que mal, a medida que la relación entre ambos invade otros aspectos de la vida laboral y familiar de la mujer, se van construyendo los fundamentos para explorar quiebres psicológicos marcados por celos, obsesión y enajenación.

Babygirl es provocadora en todo lo anterior, abrazando su trama sobre la relación entre una mujer poderosa y un pasante. Esto le permite sacar partido de la representación visual de las escenas sexuales, especialmente cuando ambos se entregan plenamente a prácticas que invierten los roles de poder. Pero más allá de las dinámicas de placer y las miradas de género, la película también indaga de manera interesante en el estancamiento en las relaciones y en los problemas que surgen cuando no se comunican los deseos, atribuyendo la insatisfacción propia a un otro que lo desconoce.

La clave de todo radica en la actuación de Nicole Kidman, quien despliega una vulnerabilidad psicológica nada fácil de transmitir. En ello logra pasar de la indignación inicial por el comportamiento de Samuel al posterior consentimiento lujurioso que desata la relación. Aquello sostiene la narrativa y permite comprender las consecuencias de lo que plantea la película, mientras que su actuación es complementada por la interpretación magnética de Harris Dickinson, quien logra hacer creíbles tanto la atracción como el desenfreno que posteriormente se desarrolla.

En definitiva, Babygirl es una película que desafía convenciones y expectativas, presentando un relato provocador que combina erotismo, thriller psicológico y un análisis incisivo sobre los juegos de poder y las dinámicas emocionales en las relaciones humanas. Todo esto en un entorno que se siente completamente moderno. Además, con una dirección precisa y actuaciones sobresalientes. su propuesta logra incomodar, seducir y hacer reflexionar al espectador sobre los límites del deseo, el consentimiento y las complejidades de la intimidad. Es una obra que no teme explorar terrenos moralmente ambiguos y que, sin duda, dejará una marca en quienes se dejen llevar por su historia.

Babygirl ya está en cines.

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