La nueva película basada en los personajes de los cómics de Spider-Man es mejor que Morbius, pero esa vara en tan baja, que no significa realmente nada.
Kraven: El Cazador se siente como un final apropiado para todo lo que han sido la serie de películas que el estudio Sony llevó a cabo para explotar la galería de personajes que surgieron desde las páginas de los cómics de Spider-Man. A grandes rasgos, y siguiendo la línea de todos estos estrenos, esta nueva película es un completo despelote, tal y como sucedió previamente con producciones como Morbius y Madame Web, siguiendo una adaptación que no tiene ningún factor redentor que justifique su ejecución.
De hecho, Kraven solo refuerza la idea que esta es una película realizada por la necesidad de seguir explotando la franquicia para mantener los derechos cinematográficos a perpetuidad que domina Sony desde los noventas. Pero aquello último no es precisamente el mejor de los impulsos, ya que otros estudios concretaron aberraciones de superhéroes solo para mantener el control, tal y como pasó por ejemplo con la película de Los Cuatro Fantásticos de 2015. De ese nivel estamos hablando aquí.
En este caso particular, otro factor que la impulsa es la idea de consumir una biblioteca de personajes para intentar repetir el éxito económico que consiguió la película de Venom, la única de todas estas producciones que al menos se ha puesto de pie por algún factor. Pero mientras el simbionte habitualmente se ha desligado del héroe trepamuros en los cómics, inclusive con éxito, personajes como Morbius, Madame Web y Kraven, quien por su parte fue co-protagonista de una de las historietas más celebradas de Spider-Man, siempre han dependido de su interacción con su contraparte heroica.
En ese sentido, desde el primer minuto en Kraven buscan justificarse por cuenta propia para dar pie a una nueva clase de antihéroe, pero la historia, el escenario, los efectos digitales, la acción, los diseños de personaje y, por supuesto, los diálogos dejan mucho que desear. Es más, aunque esta producción genera algunos momentos de interés con algunas secuencias de violencia gore, en general es fácil mirar permanentemente el reloj para rogar que la cacería termine lo más pronto posible.
La historia cansina aquí nos presenta a Sergei Kravinoff (Aaron Taylor-Johnson), un hombre que en los primeros minutos es custodiado por guardias y trasladado hasta una cárcel de máxima seguridad en las frías estepas de Rusia. Una vez dentro del recinto penitenciario, tiene problemas con otros reclusos y en un dos por tres es trasladado hasta la celda de un jefe criminal que lo domina todo. ¿Resultado? El buen Sergei se revela como “el cazador”, una especie de mito entre los criminales que actúa cazando hombres, elimina a todos y procede a escapar de la cárcel sin mayor problema gracias de sus destrezas físicas sobrehumanas.
A partir de ahí se gesta un escenario súper aburrido en donde Sergei opera con un equipo del que nunca más se sabe nada, ya que la película da pie atrás y opta por contar una historia de origen sin luces en la que básicamente se revelan los problemas del antihéroe con su padre criminal (Russell Crowe). Lo que viene a continuación es un desarrollo de personajes poco interesante, una explicación burda para las habilidades sobrenaturales de Sergei y una serie de líos, tanto criminales como familiares, que no tienen ningún elemento redentor.
Por ejemplo, al comienzo de la película presentan a Calypso, una niña con conocimientos ancestrales que salva la vida de Sergei y que posteriormente es presentada como una abogada que interactúa con un Kraven que tiene una lista de criminales para eliminar en su poder. Pero el desarrollo de la relación no tiene sentido, pues las interacciones entre ambos personajes son excesivamente falsas, ocurriendo solo como un pretexto para generar un interés romántico que nunca se IPa en pantalla.
No mejor es el panorama una vez que se revelan los rivales a vencer. Verán, en la secuencia de origen que se desarrolla en una cacería en África, en donde Sergei es atacado por un gigantesco león que le transfiere algún poder oculto para ganar control con la fauna - o algo por el estilo, ya que nunca queda claro el alcance de sus habilidades -, también se presenta a Aleksei Sytsevich, un torpe criminal que quiere colaborar con el villano padre de nuestro protagonista. Pero cualquier lector de cómics aficionado a Spider-Man tiene claro que ese nombre solo significa que eventualmente Aleksei se revelará como el villano Rhino, quien aquí es un mercenario que busca ganar poder en el mundo criminal y, por alguna razón burdamente explicada, se somete a un procedimiento que lo convierte en un híbrido humano-rinoceronte. Y una vez que entran a jugar los efectos digitales, el resultado de esa transformación es un CGI tosco y detalladamente horrible. Solo basta decir que el Piccolo de Dragonball: Evolution tiene un mejor diseño.
No mucho más hay que agregar en el camino, ya que Kraven con suerte intenta encantar a su audiencia cautiva con cameos de otros personajes de los cómics, pero a la larga ninguno realmente importa. De hecho, tal como en las viñetas, otro de los personajes es el hermano de Sergei, quien puede imitar a la perfección la voz de las personas e, inevitablemente, termina abrazando su condición de Camaleón. Todo con el fin de expandir una secuela que claramente nunca llegará.
Lo que queda en definitiva es una producción que no tiene ningún factor redentor y, por ende, se vuelve un producto tedioso, aburrido y luz creativa alguna. Es algo que solo merece una muerte silenciosa de la que nadie nunca más vuelva a hablar.
Y eso es justamente apropiado, ya que cada una de las películas de Sony nutridas desde la biblioteca de Spider-Man representa lo peor del negociado de las IP (siglas de propiedad intelectual en inglés), pues cargan una explotación de marcas sin nada que decir, ni menos aportar. ¿Por qué tenían que hacer una película de Morbius? Pues simplemente nunca lo respondieron y ello también pasó con Madame Web y ciertamente también acontece ahora con Kraven.
A la largo, a lo mucho se puede argumentar que esta última es la película menos mala de todo ese puñado de bazofias, y anda por ahí con el nivel de la peor de las películas de Venom, pero igualmente sigue siendo una mala película. Una que no debiese existir y que, más aún, representa a la perfección una superproducción sin colmillos ni hambre para contar lo básico: una buena historia. Y ese es el cáncer inagotable de la cacería de IPs.
Kraven ya está en cines.