Pablo Larraín presenta un retrato gris de María Callas en sus últimos días. Con una excelente Angelina Jolie en el rol principal, la película explora la lucha interna de una mujer que enfrenta el peso de la depresión, el fin de su carrera y los fantasmas de su pasado en un mundo que exige y espera lo imposible.
Desde el primer minuto, María, la nueva película de Pablo Larraín sobre el legado de la soprano María Callas, está marcada por el fatalismo y una cuenta regresiva que se acerca al último aliento. Mucho de esto está relacionado con el enfoque de la película, que retrata los últimos días de vida de la cantante de ópera, escudriñando en la absoluta imposibilidad de aceptar el fin de una carrera que concluyó sin una gira de despedida con aplausos.
Con una espléndida Angelina Jolie en el rol principal, María se nutre de una puesta en escena de lujo que refleja el estatus de Callas como figura etérea, combinando un talento avasallador con escenas de lip-sync operático que evocan su máximo apogeo artístico. Las mismas que dejan en claro por qué María fue quién fue.
Pero, en paralelo, la película también está impregnada por la sombra de una vida marcada por la automedicación, las carencias afectivas, la debilidad física, los conflictos en las relaciones humanas y, por supuesto, la incapacidad de volver a cantar como antaño.
En este trabajo, la pulcra dirección de Larraín pone el acento en el dilema de una mujer que cree haberlo perdido todo y que hace poco por evadir esa amarga auto-sentencia que la condena al sufrimiento.
La película también retrocede más allá de esa última semana, explorando sus relaciones amorosas, tantea los traumas que vivió durante la Segunda Guerra Mundial e, incluso, el peso asfixiante de no sentirse suficiente: ni para ser madre, ni como pareja, ni como la diva de la música que alguna vez fue.
En su tercer retrato de una figura femenina clave del siglo XX, tras Jackie y Spencer, Larraín maneja con mayor destreza los matices de la obsesión, la frustración ante el peso del patriarcado, la asfixia mental y la desdicha de sentirse insuficiente frente a un mundo de exigencias inalcanzables para figuras de su nivel.
De este modo, el director y su equipo transforman el departamento de María en algo que es tan protagonista como los propios actores de carne y hueso, transformándola de paso en una prisión autoimpuesta para sufrir, pagar culpas ajenas y, en última instancia, ser doblegada por la depresión.
La historia de Steven Knight, reconocido por guionizar películas como Dirty Pretty Things y Promesas del Este, es hábil al retratar la carencia afectiva de Callas, con un relato que juega constantemente con la idea de la prisión para generar dinámicas precisas y bien orquestadas: la medicina que debe ser abusada, las exigencias obtusas hacia los trabajadores del hogar, las comidas que se dejan de consumir, la evasión de los curanderos, el encierro en las sábanas y el desvarío laboral que intenta alcanzar un nuevo futuro que simplemente no está al alcance. Una completa autodestrucción.
Por su parte, el trabajo audiovisual recoge todo ese trasfondo para profundizar en lo que representó Callas, su propia psique y, de paso, los fantasmas que la merodean. Sin entrar en detalles, uno de los personajes es un reportero llamado Mandrax (Kodi Smit-McPhee), tal y como la droga que consume, mientras que el magnate Aristóteles Onassis, la gran pareja que nunca le dio el “sí”, se convierte en un recuerdo tan presente como imposible de olvidar.
La película toma algunas decisiones creativas insatisfactorias, especialmente a la hora de desdibujar la realidad y lo imaginario en lo que concierne a Mandrax, pero al menos su desarrollo es lo suficientemente hábil como para generar una catarsis interpretativa en su último acto, cuando María Callas finalmente saca la voz que por tanto tiempo estuvo apagada. Claro que también eso da pie a lecturas tan fútiles como un último respiro.
María es a la larga una propuesta asfixiante en torno al sufrimiento y el colapso mental de la diva, en un estudio de personaje que busca escudriñar más allá de la nebulosa de la fama y la apariencia gentil de los biopics tradicionales. Aunque eso es lo suficientemente hábil como para crear un retrato lúgrube y gris sobre el ansia de una artista, también tiene más de ejercicio estilístico que de una narrativa variada que no se encierre solo en la depresión. Pero todo eso basta para que esto se transforme en la mejor película en inglés de Pablo Larraín.
María ya está en cines.