Abrumada por la comparación tanto con el cómic de James O’Barr como por la película de culto de 1994, este reinicio tiene poco a su favor y no logra encontrar su rumbo para validarse a la hora de contar la trágica historia vengativa al centro de esta historia.
La sombra que ejerce El Cuervo, la película original de Alex Proyas que adaptó por primera vez al cómic de James O’Barr, es tan, pero tan grande, que nunca nada de lo hecho con el personaje ha logrado escapar de ella. No lo hizo ni su secuela, ni la posterior serie de televisión o el puñado de películas adicionales que salieron directo a DVD.
Gran parte de lo anterior tiene relación con la devoción, aura y magnetismo que genera la última interpretación en vida de Brandon Lee, pero también por la onda, el estilo y la propia confección cinematográfica de aquella obra de 1994.
Treinta años después, y bajo el alero de un director como Rupert Sanders, quien en el pasado realizó el live-action de Ghost in the Shell, una nueva versión cinematográfica protagonizada por Bill Skarsgård llega a cines y, a grandes rasgos, lo primero que se puede decir es que tampoco logra evadir a la sombra. Aunque a lo largo de todo su desarrollo, también queda de manifiesto que sus realizadores tenían claro que debían escapar de ese alcance.
En esa misma línea, también queda en claro que Sanders y compañía no tuvieron el talento para lograr su objetivo, pues varios de sus elementos de narrativa y visualidad quedan al debe, por lo que su propia presentación general deja en claro que este cuervo prácticamente nació sin alas.
Tomando un punto de partida completamente diferente para abordar la historia de Eric Draven, esta reinicio presenta a un personaje marcado por el abuso y la muerte desde su infancia, estando recluido en un centro para jóvenes con problemas. En ese lugar conoce a Shelly, quien en el pasado estuvo involucrada en un oscuro círculo que ha puesto su vida en juego.
Y ambos, intentando escapar de aquellos que la persiguen, se fugan, se enamoran y viven una idílica vida de amor y música que se termina cuando inevitablemente son encontrados y asesinados. Lo anterior da pie a lo inevitable: un poder oscuro revive a Eric con una vengativa misión que lo llevará a eliminar a todos los responsables.
En ese largo entramado inicial, que da mucho tiempo a explorar la relación de Eric y Shelly, para contrarrestar la inevitable tragedia posterior, este Cuervo se estanca bastante pues su desarrollo inicial es aburrido, no sustenta una química entre sus personajes ni tampoco logra encontrar el rumbo en su búsqueda para dar con una propia onda y estilo.
Todo eso lo hace en medio de tatuajes y una base paranormal, que está al centro del círculo de un villano interpretado por Danny Huston, pero que no se siente lo suficientemente atractiva como para justificar una nueva versión del personaje.
Durante toda esa ruta, la película tambalea continuamente y carece de elementos atractivos, más allá de que por momentos se instala la intriga por el poder que tiene el villano. A lo mucho puede argumentarse que solo logra ponerse de pie una vez que Eric, después de fallidas primeras incursiones en su misión, abraza su condición invulnerable tras un nuevo pacto y se transforma en una máquina de matar.
Es ahí en donde una sola secuencia logra escuetamente permitir que esta nueva versión encuentre su lugar, diferenciándose de la película noventera a partir de una acción gore, sangre, corte de cabezas, violencia e impactos de bala. Claro que ese momento está influenciado obviamente por la acción de estilo asiático condensada en occidente por John Wick, por lo que la validación tampoco se siente tan original ante todo lo que se ha hecho en ese ámbito en los últimos años.
De ahí que aquella única secuencia no basta, ya que en ese punto también es demasiado tarde como para cerrar el círculo de una débil narrativa marcada por una cinematografía opaca que está a años luz del original.
En ese sentido, aunque esta película no es el peor descalabro posible, lo claro es que la nueva versión de El Cuervo es aburrida y está muy falta de onda como para justificarse, no solo en comparación con la película de culto, sino que también con la novela gráfica original de James O’Barr. Aquella obra no solo tenía estilo por su arte, sino que también atrapaba por su violencia, crudeza y emotividad en su exploración de la pérdida, el trauma y el duelo. La película de 1994 tocaba muy bien esas teclas, pero esta nueva historia solo se queda en las intenciones y termina abrumada por una sombra de la que, al parecer, nunca se podrá escapar.
El Cuervo ya está disponible en cines.