Con arreglos impecables, colaboraciones memorables y un sonido diez puntos, el nuevo trabajo audiovisual de la banda reafirma su excelencia musical. Sin embargo, la puesta en escena del director de “No” y “El Conde” cae en excesos visuales que, aunque bien intencionados, terminan restando autenticidad al espectáculo.
Mi primera impresión del MTV Unplugged de Los Bunkers durante la función de prensa no fue precisamente la mejor. En un segmento inicial del concierto, cuando el grupo se pone de pie frente a los micrófonos de ambiente para interpretar temas como su cover de “El Necio” de Silvio Rodríguez, para mi fue notoria la existencia de una disparidad sonora a lo largo del especial. Algunas canciones sonaban aplastadas, lo que no estaba presente en otras partes del show, mientras que la batería por momentos se perdía al fondo de forma casi imperceptible.
En aquél momento, aquello me llevó a pensar que el grupo había pecado de ambición. De hacer demasiadas cosas en el mismo baile. Al mismo tiempo, aquél factor solo reforzaba mi visión sobre lo que estaba siendo la puesta en escena comandada por Pablo Larraín.
A pesar de que eso último no fue borrado, debo remarcar que mi impresión sobre el trabajo musical cambió completamente con mi segunda revisión durante la premiere. Aunque ahí estaba preparado, cuaderno en mano, para anotar en qué momento exacto las voces quedaban aplanadas y algunos instrumentos se iban a un segundo plano demasiado notorio, ese momento nunca llegó. Así que rápidamente me quedó en claro que la disparidad sonora en cuestión solo había sido un problema del sonido en la sala en donde se concretó la presentación para la prensa. Y solo planteo aquello porque si me hubiese quedado solo con la primera idea que tenía en la cabeza, esta revisión habría sido bastante diferente.
Lo cierto es que el show MTV de Los Bunkers es una nueva muestra del excelente dominio musical que tiene el grupo oriundo de Concepción y, a la vez, refuerza el hito que representa que una vez más una banda chilena sea destacada como parte del legado de los Unplugged.
Los arreglos musicales desconectados, el trabajo de las armonías vocales, la compenetración ya establecida con Cancamusa, el trabajo con instrumentos chilenos empleados por los músicos invitados e inclusive los juguetitos musicales de Mastín Benavides, los cuales marcan una llamativa presencia a lo largo de la presentación. Todo eso deja en evidencia que la ardua labor que el grupo concretó rindió totalmente sus frutos.
En este Unplugged hay un excelente sonido, cortesía de una ecualización notable entre los instrumentos y la propia reinvención acústicas de las canciones que agregan armónicas y charangos. Así que en simple se puede argumentar sin problemas que el apartado musical de este espectáculo es diez puntos. Cinco estrellas. Un camión de alabanzas.
De hecho, también se puede agregar que Los Bunkers aquí llevan a cabo una presentación musical pulcra y pensada para sacarle el jugo a las condiciones que entrega un Unplugged, lo que sin duda permitirá que el disco posterior sea un excelente corolario de todo lo que ha hecho la banda de forma excepcional desde su regreso, incluidos sus dos conciertos a tablero lleno en el Estadio Nacional.
Pero la puesta en escena audiovisual, por otro lado, lamentablemente tiene varios elementos que me llevaron a fruncir el ceño. De partida, por momentos los músicos lucen demasiado empaquetados, no solo por los atuendos uniformados que portan, sino que también por el despliegue que concretan sobre un escenario que luce demasiado grande en pantalla.
Aunque en el trabajo de Pablo Larraín existe un llamativo manejo de la luminosidad, especialmente con las sombras para dar más profundidad a los planos, inevitablemente hay un ambiente rustico-pobre que solo refuerza una siutiquería que no calza con lo que siempre han representado Los Bunkers.
Solo por dar un ejemplo, de telón de fondo en el escenario principal hay una serie de retazos de telas que buscan emular a las arpilleras, pero en los momentos de mayor luminosidad se reflejan como toscos sacos de papa. Las sillas de madera empleadas, que tienen una apariencia de haber sido restauradas y sacadas desde algún local carero de muebles del Barrio Italia, tampoco ayudan a que las posturas de Los Bunkers no luzcan tan empaquetadas en el comienzo.
Lo bueno es que, con el correr del Unplugged, los músicos van aprovechando el factor audiovisual y se van soltando, poniendo de pie y moviéndose en el escenario, lo que termina beneficiando al espectáculo y la propia energía que emana desde la pantalla.
Todo lo anterior llega a su excelente clímax en el cierre del show, el cual es realmente muy bueno, a partir de un cover de Paul McCartney, la potente colaboración con Mon Laferte en el cover de “Quiero dormir cansado” y la verdadera fiesta que representa el cierre con “Bailando solo” y una peculiar versión de “Heart of glass” de Blondie.
En contrapartida, hay un elemento que se roba la atención, para bien y para mal, reflotando la idea de que Los Bunkers intentaron hacer demasiadas cosas con esta presentación. La mayoría le funciona, pero la puesta en escena las opaca especialmente en un momento.
Solo basta ejemplicar que, en otro segmento del show, la presentación da un salto a un escenario más íntimo en el que entran a jugar los violines del Cuarteto Austral. Es ahí en donde concretan una versión sinfónica del hit “Llueve sobre la ciudad”, con Francisco Durán realizando un excelente trabajo de voz, además de la presentación de una nueva canción llamada “El hombre es un continente” y una colaboración con Meme del Real de Café Tacuba, quien toma la voz en “Si estás pensando mal de mi”. Todo eso está muy, pero muy bien.
Pero mientras el trabajo musical es para aplaudir, visualmente la siutiquería de Pablo Larraín se refuerza con una serie de candelabros que se meten en el medio de todo. Se entiende lo que quiere hacer con el trabajo de iluminación en ese momento, pues de fondo emplean a fans vestidos de negro que se funden con la parte posterior del set, pero en un momento a Larraín se le ocurre la genial idea de situar la cámara sobre el más grande de los candelabros de la historia, tapando a parta de la banda y generando una idea visual que le juega en contra a la onda que tiene la propia música.
Más allá de ese elemento, debo remarcar que el resultado final del MTV Unplugged de Los Bunkers funciona muy bien en general. Sí, son claros los cortes entre canción y canción, y en un momento inclusive tienen que recurrir a un fade-out que desentona, pero el ritmo y el flujo entre los temas está bien solucionado e inclusive se va concretando una especie de bola de nieve musical que crece y crece en pro del espectáculo.
Así que solo terminaré remarcando que el disco que resulte de esto sin duda va a ser mucho mejor, ya que no tendrá el dedo de Larraín metido en el medio.
El MTV Unplugged de Los Bunkers ya puede verse en cines, en una versión extendida especial. Posteriormente será presentado en una versión más acotada por MTV.