El fanático de las armas que asesinó a dos PDI: a 10 años de Ítalo Nolli y una persecución sin precedentes

Hace una década, por algunas horas, Ítalo Nolli fue el criminal más buscado de Chile. El hombre de 68 años, investigado por la compra y venta de cobre robado, acribilló a dos efectivos de la PDI tras negarse a un control de identidad y luego se enfrentó solo a los cientos de efectivos que se desplegaron en su búsqueda por el centro de Santiago. A su mujer, como suerte de despedida, le anticipó que "iba a morir disparando".

A las once y media de la mañana del 23 de marzo de 2011, el subcomisario de la PDI, Marcelo Morales, de 38 años, casado, dos hijos, se acercó hasta una camioneta Ford F-150 roja. Estaba allí, en el sector industrial de San Bernardo, junto a otros tres compañeros, en medio de una investigación por el presunto tráfico de cables de cobre que se realizaba en el lugar.

Del otro lado, sentado en el vehículo, lo esperaba Ítalo Nolli, un exveterano de guerra de 68 años, titular de un cuantioso historial delictivo, detenido antes, en abril de 1996, por giro doloso de cheques y estafas. En su mano derecha, "Rambo", como entonces lo apodó el diario pop en respuesta a su haber, guardaba una pistola Glock de nueve milímetros, acondicionada para ráfagas.

Morales, que sospechó del extraño andar de la camioneta y del camión 3/4 que había a su lado, se ubicó frente a Nolli, le pidió que descendiera del auto y que le enseñara sus documentos.

Primer estruendo.

Diestro criminal

Toda semblanza tejida sobre la figura de Ítalo Nolli, lo dibuja como el arquetipo de un asesino propio de la meca del cine: un tipo dotado de una frialdad que impresionó incluso a los policías, sin miedo de actuar en lugares públicos y apasionado de las armas, probablemente el germen de ese comportamiento no tan distante al de un psicópata.

Su caso, además, escondía un pasado militar. De hecho, en las crónicas de la época se llegó a decir que fue un mercenario de Vietnam.

En 2016, uno de sus hijos, Aníbal Nolli, confirmó su proceder frío, acaso áspero.

Esto le dijo a Chilevisión: "No tengo el recuerdo de un padre amoroso, de ese que te abraza, que te contiene. No..., (era) de un trato muy restringido".

Aunque luego agregó: "Cuando hablamos seriamente de mi condición sexual, yo soy gay, él me dijo claramente: 'tú debes estudiar mucho, tener una excelente profesión, tener mucho dinero y, de esa forma, vas a ser un gay. Si no, vas a ser un maricón en esta sociedad'".

Mercedes Vallade, su última pareja, lo describió como un tipo "duro, pero con sentimientos muy fuertes" y destacó que "se preocupaba de otras personas".

El prontuario de Nolli, sin embargo, dice otra cosa.

En 1987, quiso dar por muerta a su segunda esposa, María Farías López, para cobrar sus dos seguros de vida: uno que bordeaba los 2.500 UF (poco más de ocho millones de pesos de la época) y otro tasado en 100 mil dólares (20 millones de pesos). Fingió su funeral en el Cementerio General. El abogado Aldo Duque le sinceró tiempo después a TVN que Nolli rellenó el ataúd con leña. Debió cumplir una pena de 200 días de presidio menor.

Para abril de 1996, su historial arrojaba numerosas órdenes de captura. En su mayoría, por giro doloso de cheques y estafas. La Policía de Investigaciones lo encontró y lo detuvo, aunque Nolli se resistió: llegó a asegurar que estaba en condiciones de enfrentarlos. Tenía en su poder dos pistolas, una CZ Parabellum y una Browning. Desde entonces, las páginas de La Cuarta lo apodaron "Rambo".

En los últimos años de su vida, se dedicó a la compra y venta de cobre robado. Era investigado por el tráfico ilícito de ese metal y también por una asociación con la empresa Goycolea, que lo abastecía de facturas falsas para el lavado de dinero. Tan solo entre 2010 y 2011 se estima que movió cerca de 16 millones de dólares.

El 23 de marzo, cuando debía pasar el control de identidad en San Bernardo, Nolli acababa de entregar un cargamento de cobre.

Una persecución cinematográfica

Desde que bajó de la camioneta, y hasta su regreso, Ítalo Nolli percutó treinta veces. Diecisiete de los disparos impactaron contra la humanidad de Marcelo Morales. Sus compañeros, aterrados, sin sus armas de servicio, intentaron escapar: sólo dos lo lograron. Los siguientes trece tiros atravesaron la espalda de Karim Gallardo, inspectora de apenas 28 años.

Horas más tarde, la Policía de Investigaciones los despidió en un comunicado: "Ambos policías, de dotación del Departamento de Asesoría Técnica Metropolitana, se convirtieron de esta forma en los nuevos héroes de la PDI".

Con sorprendente normalidad, como si reventar dos cuerpos se tratara apenas de un trámite sin burocracia, Nolli caminó hasta el camión que lo secundaba, le dio unas cuantas instrucciones a su conductor, Raúl Campos, y volvió al volante de su Ford F-150: es probable que, desde ese momento, estuviera preparado para la batalla que pronto se libraría. Emprendió rumbo hasta La Cisterna para detallar lo sucedido a su socio.

A esa hora, más de 500 policías comenzaban a desplegarse por el centro de Santiago con la única misión de cazar al responsable de la muerte de dos de los suyos.

Nolli regresó a su departamento ubicado en Cumming, recuperó sus armas y le pidió a su pareja que le preparara una mochila y una maleta con algunas pertenencias. Mientras, él diseñaría una trampa para los efectivos antes de huir: se trataba de una escopeta, amarrada desde la puerta al gatillo, apuntando hacia una maleta y un extintor. Según explicó luego la PDI, de haber entrado a la fuerza hubiesen provocado una explosión. Al interior del inmueble, además, hallaron más de 2 mil 500 cartuchos de distintos calibres.

El hombre de 68 años comenzó su huida, por el centro de Santiago, en pleno horario de colación.

A los pocos minutos, sin embargo, una patrulla lo interceptó en la esquina de Avenida Balmaceda con General Bulnes. Ítalo Nolli, que nunca dejó de apretar el gatillo, logró escabullirse. Avanzó hasta Cienfuegos con Agustinas, pero allí lo esperaba otra dotación de efectivos. Incluso contra las cuerdas, "Rambo" no cedió y respondió el fuego cuanto pudo, aunque era demasiado tarde: dos disparos, uno en la cabeza y otro en el tórax, acabaron con su vida en cuestión de segundos.

Durante la persecución, según consignó la PDI, resultaron heridos el subcomisario Sergio Necloux Navarrete, y posteriormente, en el enfrentamiento, los detectives Juan Cortez Ochoa y Gerardo Vera Solís, y el inspector James Manríquez Durán.

En un reportaje sobre la vida de su expareja, Mercedes Vallade, que luego pasó un año tras las rejas, recordó sus últimas palabras, minutos antes de que se dijeran adiós:

"Estaba alterado: de hecho, dijo que iba a morir disparando".

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