Son las 7.30 y estamos en un paradero de Puente Alto esperando la micro 213. Las mañanas ya se sienten menos frías que en invierno, pero eso no significa que la temperatura sea agradable. Al menos no todavía.
Al mirar la cantidad de vehículos por las calles parece que la pandemia fuera ya solo un recuerdo. Pero al fijarse en la gente, todas caminando con mascarillas, uno se da cuenta que aún existe temor. A esa hora de la mañana no están paseando, si salieron de sus casas es porque se ven obligadas a hacerlo.
Tuvimos suerte. Poco tiempo duró la espera. Ya arriba del bus amarillo comienza nuestro recorrido desde Plaza de Puente Alto hacia el centro. Podemos elegir donde sentarnos, pocos pasajeros comparten esta parte del viaje con nosotros.
El viaje es casi un tour que va exclusivamente por Vicuña Mackenna. Un camino en línea recta donde las únicas curvas son las propias de esta emblemática avenida que se interna desde la zona sur de la ciudad hasta su corazón, en Plaza Italia.
Dentro de la micro los pasajeros cumplen con las reglas, todos van con mascarillas, varios con guantes, y mantienen, en la medida que hay espacio, una distancia social razonable. Aunque claro, con el avance de las cuadras se van sumando más personas y los espacios se van haciendo más escasos.
Cientos de personas suben y bajan durante el trayecto. No abundan las risas, tampoco se ven muchas caras de tristeza. La mayoría con la mirada clavada en el horizonte a través de la ventana.
Se ven pensativos, quizás adelantando en sus cabezas las tareas que les esperan durante la jornada. Tal vez pensando en quienes los esperan en casa.
Llegamos a Plaza Italia y el viaje, al menos para nosotros, llega a su fin. Antes de bajar le damos las gracias al chofer por dejarnos hacer nuestro trabajo sin ningún problema y partimos, como otros miles, camino a la oficina.