Un franchute es el patrón de ladrones y enfermos en el Cementerio de Playa Ancha. Su legado sigue perpetuo entre los que recuerdan su humanidad con los más desposeídos.
Emile Dubois llegó a Valparaíso en 1903. Francés de nacimiento, pero con un sinfín de oficios e identidades, se paseó por toda América hasta llegar a Chile. Ya en el país, este multifacético europeo se impregnó del apogeo porteño con una misión: imponer sus ideas revolucionarias e intentar la equidad social.
Su desplante le permitía ser bien recibido entre los más ricachones de Valpo, a quienes luego emborrachaba para robarles. Las ganancias obtenidas las repartía entre los más pobres, como una especie de "Robin Hood" a la chilena.
Pero sus fechorías fueron un paso más allá cuando comenzó a asesinar a empresarios locales. Los invitaba de farra, luego los llevaba a sus comercios, donde Dubois los mataba a sangre fría.
Su imagen dadivosa iba en aumento entre los más necesitados, pero su plan falló cuando Isidoro Challe resistió al ataque que el franchute le propinó.
Tras recuperar la conciencia, el comerciante culpó a Dubois como el atacante. Fue así, que en medio de otro atraco, fue detenido. En la presentación de cargos se supo que su nombre no era Emile, sino que Luis Brihier Lacroix, mientras él se declaraba inocente de todo.
La justicia no tuvo piedad y ordenó su fusilamiento, el que se ejecutó en la herrería de la cárcel de Valparaíso durante la madrugada del 26 de marzo de 1907. "Se necesitaba de un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente por no haber cometido yo esos crímenes" , dijo antes que las armas fueran percutidas.
Su muerte fue llorada entre los sectores más bajos, mientras que su cuerpo fue tirado a una fosa común en el Cementerio 3 de Playa Ancha. Desde ahí comenzó a rondar la teoría de que el francés se aparecía por las noches y se le escuchaba recitar poesía, algo que sus seguidores entendieron como una señal.
El sitio rápidamente se llenó de obsequios y placas de agradecimientos por favores concedidos. Dubois se convirtió en una especie de santo para los enfermos y ladrones, quienes se encomendaban a su memoria para tener éxito en sus atracos o vivir bien los años que estaban en la cárcel.
La devoción sigue hasta hoy. Dubois es cumplidor, por eso aseguran que no muere de la memoria porteña.