Alfredo Libuy, de 56 años, es un empresario que se dedica a la consultoría financiera, pero a lo largo de su vida siempre cultivó los valores sociales. Su amor por la familia y empatía lo han llevado a elevarse a la calidad de rockstar de la comunidad de Peñalolén, donde le prenden velas por haber creado un centro de acogida pa' cabros con dramas de drogas y otras hierbas.
"Yo llegué a los seis años a San Luis y he vivido desde entonces ligado al entorno de la ayuda social. En el 79, aproximadamente, ingresé a la Capilla San Luis, y con la recesión económica mundial viví muy de cerca el hambre infantil, de ahí no paré más", parla nostálgico sobre aquella época.
- Eran tiempos complejos esos…
- Súper, pero yo, con 17 años, en ese entonces nunca me metí en cosas políticas. Siempre he ayudado desde la Iglesia, desde la fe. Pero continuando, el trabajo social me permitió ayudar -en conjunto con la comunidad- a Laurita, una niñita que por ese entonces enfermó gravemente. Gracias a un trabajo gigante de recolección de recursos, con actividades y otros esfuerzos, pudimos pagar la operación en Cuba, que era lo que ella necesitaba para seguir con vida. Así pudimos salvar a Laura y es parte nuestra. Ella es signo de lo que podemos lograr con un trabajo comunitario, y con ese vuelo decidimos trabajar la calidad de vida de San Luis.
"IMPACTO DIRECTO"
- Chuata, "ene" pega, me imagino...
- Sí, pero eso causó un impacto directo. En esa época, pudimos realizar muchas mejoras en nuestra comunidad. Por ejemplo, cuando ocurrió el aluvión en los 90, quedaron unas rocas gigantescas en las calles y nosotros limpiamos nuestro lugar y, si hoy miras, te encuentras con parques. También pude reconstruir la capilla, eso también me llena de orgullo. Esto fue más menos en el 99, lo hice aunque el sacerdote no quería, porque había que derribar la antigua y construirla nuevamente, pero lo hicimos, siempre con fe. Afortunadamente, pudimos reunir los fondos para hacer esa obra.
- ¿Siempre ligado a la Iglesia, don Alfredo?
- Sí, siempre he estado ahí, pero hoy tengo mi cabeza puesta en la dirección de un centro de rehabilitación de personas adictas al alcohol y las drogas, desde septiembre de 2014, en Pirque. Se llama "Camino y Vida", tenemos 30 internos. La intensidad emocional de esa casa es muy potente. Me cambió la vida, requiere mucho tiempo y lo hago sin el ánimo de ganar un peso en esto.
- ¿Usted lo creó?
- Sí, estoy feliz, porque la vida me ha dado la bendición en el trabajo profesional, que me permite tener este centro, que ocupa gran parte de mi tiempo. Los internos sufren mucho con el flagelo de las drogas, pero siento que este lugar les ayuda a salir de ese dolor. Las familias los visitan los domingos y realizamos un almuerzo, en ese momento se generan situaciones muy lindas, que me llenan. El amor que se vive en esas instancias es único.
- De seguro leerán esta nota… ¿Le gustaría que supieran algo en especial?
- Jajajá, les mando saludos a todos. Sé que les va a gustar.
HARTA DEDICACIÓN
- ¿Cómo reparte su tiempo?
- Tengo que equilibrarlo bien. Mi foco siempre es mi familia. Tengo un encuentro sagrado con todos ellos en la semana y un almuerzo los fines de semana. Voy a misa los domingos, y jueves y viernes estoy en "Camino y Vida".
- ¿Cómo se construye una vida de labor social?
- Con empatía y esfuerzo. Quiero mejorar el mundo, si no, ¿para qué estar en él? Esa es mi vida, trabajar en conjunto, eso lo valoro mucho. El compromiso con la familia y la vida entera se tiene que cimentar en la confianza y el respeto mutuo.