Creador de la popular golosina chilena se declaró en quiebra y decidió cerrar la producción después de 52 años. Experto asegura que su sabor no será tan recordado como su capacidad de convocar a compatriotas en momentos difíciles del país.
Corría finales de la década del sesenta y, entre los cambios socioculturales que enfrentaba nuestro país, nacía uno de los caramelos más populares de la historia republicana: el calugón Pelayo.
La famosa caluga café, con envoltorio de plástico transparente, dura a ratos, con sabor a nuez, y que en sus mejores años se vendían en negocios y en las micros de todo Santiago, alcanzó tal fama que incluso es señal de chilenidad en países de Latinoamérica.
Su precio original era algo así como treinta pesos y cuando los medios de comunicación no eran masivos, su mejor publicidad era el comentario boca a boca de sus consumidores.
Sin embargo, y a pesar de la popularidad que lo convierte en uno de los productos más reconocidos del país, la empresa que lo fabricaba se declaró en quiebra por deudas que superaban los 400 millones de pesos, lo que obligó a despedir a las 34 personas que trabajaban en la producción del caramelo.
El drama económico de Pelayo Monroy (dueño del confite) se arrastra desde principio de año y obligó a la empresa a liquidar cuatro bienes raíces para salir del hoyo.
La información fue publicada por El Mercurio y de inmediato se transformó en comentario obligado entre las personas que crecieron con la popular caluga, la que aún puede ser encontrada en negocios y confiterías del centro de Santiago.
"Es un producto que aún se vendía bien y que ganaba fanáticos en las nuevas generaciones. Es una lástima lo que pasa con la empresa porque representa a un marca nacida en Chile para los chilenos y que marcó a toda una generación. Está entre los favoritos a pesar de que tenía una competencia fuerte", comentó Roberto González, dueño de Confitería del Recuerdo, negocio especializado en la venta de dulces y calugas antiguas.
Nostalgia por el Pelayo
Los fanáticos del calugón Pelayo recuerdan al caramelo con una dosis extra dulce directo al paladar, que con el paso de los años creció en tamaño y que en más de una ocasión se llevó alguna tapadura por la dureza de textura.
"Es un confite antiguo, que se hizo un nombre cuando las cosas importadas o no llegaban o eran muy caras. Fue un confite de fácil acceso en cuanto a costo. Es súper difícil en el actual contexto de comida saludable porque este tipo de productos tiene todas las de perder, independiente de sus problemas económicos. No son buenos tiempos para los confites", comentó Álvaro Peralta, crítico gastronómico conocido también entre los amantes de la buena mesa como "Don Tinto".
Cuenta la leyenda del Pelayo, que en sus comienzos se producían 35 kilos al día en una paila de cobre y que la clave de su sabor era la utilización de leche líquida y no en polvo como otros caramelos. Y según la confesión de sus fabricantes, habían que dejarlo un buen rato en el bolsillo antes de comerlo, solo así se podía ablandar un poco.
Don Tinto apela al recuerdo social que genera el calugon Pelayo en la memoria de los chilenos. En su momento de más ventas, en la década del ochenta, era la golosina favorita de todos y acompañó procesos de transformación del país, juegos escolares, los primeros pololeos juveniles y una serie de momentos en las casas chilenas.
" El Pelayo fue popular en momentos duros, de poca plata, cuando éramos niños y no teníamos presupuestos te echabas uno a la boca y podías tenerlo por mucho tiempo. Era un alimento de combate en años duros de la juventud. No se hubiera ganado ningún concurso de sabor, pero hace recordar una industria nacional menos atacada por el mercado", filosofó el experto en comilonas.