Para tiempos en que las malditas guerras, desastres naturales y hasta un indeseable meteorito llegasen a poner en riesgo la producción agrícola del mundo, en Noruega se creó el 2008 la bóveda del fin del mundo, que alberga semillas con especies de todo el mundo.
El recinto de Svalbard es a prueba de todo, onda que puede resistir terremotos, erupciones volcánicas, radiación y la elevación del nivel del mar, ya que fue construida en una inexpugnable montaña a 130 metros de profundidad.
Pero esta fortaleza de la biodiversidad también tiene su versión chilensis, y desde mucho antes, en 1990. Allí nuestro país, con el apoyo del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (Inia) el Gobierno de Chile y de Japón, terminó de construir su propia bóveda de semillas.
Capacidad
El bunker se ubica en Vicuña, en pleno Valle del Elqui, y es una edificación de 230 m2, y permite la conservación de semillas por periodos superiores a los 100 años.
Al igual, que la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, se encuentra en medio de un cerro, aunque no bajo tierra, y consta de una cámara de almacenamiento de 300 metros cúbicos (m3) a -18ºC y 20% de humedad relativa, y puede llegar a albergar 72.000 muestras de semillas, aunque hoy hay 15.500.
El doctor Pedro León Lobos, botánico, encargado del banco base de semillas de Vicuña, cuenta que el edificio tiene una estructura tan particular "que en un principio los lugareños pensaban que era un lugar para establecer contacto extraterrestre".
En relación a la importancia de las semillas que se encuentran en esta bóveda, el doc explica que "se guardan para evitar que se pierdan y mantenerlos disponibles para las generaciones actuales y futuras, ya que estas semillas contienen la información genética (genes) necesaria para el desarrollo nuevos cultivos y variedades de cultivos".
El doctor agregó que "no perdemos la esperanza de conseguir más apoyo y lograr recolectar al año 2020 el 40% de nuestra flora chilena y el 100% del patrimonio agrícola chileno. Muchas de las plantas silvestres son útiles, como el matico, murtilla, chagual, copihue, etc. Por tanto es necesario conservarlas y además investigarlas y para ver su utilidad".
Yerba voladora
Rodrigo Díaz Cea, encargado de documentación del recinto, cuenta que pese a poseer casi todas las semillas que se puedan imaginar, hay algunas que están en el registro.
"En el banco se reciben muchas visitas. Al mostrarle las instalaciones y comentarles como es el funcionamiento, en la mayoría de los grupos siempre hay una persona que se acerca de manera silenciosa y pregunta: disculpe, y aquí ¿cuántas semillas de marihuana tienen?, ¿se pueden solicitar? Bueno, ahí hay que explicarles que la marihuana no se conserva, porque no es un alimento y no es una especie nativa del país".
Sobre su pega, cuenta que "ha sido una linda experiencia, es un trabajo súper importante, ya que de nuestro trabajo depende la conservación de muchas especies y que estas no desaparezcan en el tiempo. Si pensamos en nuestros hijos, nietos y descendencia, nos damos cuenta que nuestro trabajo es primordial".