En tiempos anteriores a las redes sociales, que pudieron haber ayudado a resolver antes sus crímenes, Julio Pérez Silva tuvo más de tres años de impunidad antes de que la policía lograra unir los cabos necesarios y detenerlo por la muerte de 14 mujeres en la pampa del Norte Grande. Doce de ellas eran menores de edad.
Las redes sociales han dado visibilidad a sectores que antes eran ignorados. Parece una frase para el bronce, pero si el terrible caso del sicópata de Alto Hospicio hubiese ocurrido en 2018, quizás la cifra de asesinatos habría sido menor.
No porque ahora no existan monstruos, sino porque en 1998 recién estaban fundando Google cuando familias humildes del desierto de Iquique se tuvieron que organizar, a través del boca en boca, para remar contra la corriente y detener a un sicópata que en tres años alcanzó a matar a 14 mujeres, que ni la justicia ni la policía quisieron buscar.
Es la historia de Julio Pérez Silva, un hombre con un oculto odio al sexo opuesto, que un día se compró auto, se convirtió en taxista pirata y comenzó a realizar femicidios en la impunidad de la pampa de la Región de Tarapacá, bajo la vista gorda de autoridades que durante meses aseguraron que la seguidilla de desapariciones de mujeres pobres que atemorizaba a la población, eran parte de un lío social -afirmaban que eran niñas que habían huido de sus casas- y no de un tema policial.
Nada más lejano a la historia del asesino, cuyo primer crimen fue el 17 de septiembre de 1998, cuando mató a golpes a Graciela Saravia, de 17 años, en la caleta Chanavayita. De ahí en más, decidió elegir a víctimas de su zona, Alto Hospicio.
El 24 de noviembre de 1999 raptó a Macarena Sánchez (14), la llevó al interior del desierto, la violó y luego la hizo caminar amarrada con sus propios cordones al borde del ex pique minero Huantajaya, donde la empujó a un vacío de 220 metros.
Sin frenos
En febrero del 2000, Pérez Silva mató a palos a Sara Gómez (18), el día 21, y de un golpe en la cabeza a Angélica Lay (22), promotora y voleibolista, la jornada del 23. Ambas fueron enterradas en un basural clandestino.
El 23 de marzo violó y mató a Laura Zola (15), a quien también arrojó al pique Huantajaya. El 5 de abril fue el turno de Katherine Arce (16), cuyo cuerpo terminó oculto entre desperdicios.
De mayo en adelante el modus operandis se repitió con Patricia Palma (17), Macarena Montecinos (15), Viviana Garay (16), Ivonne Carrillo (15), Ornella Linares (16), Gisela Melgarejo (36), Angélica Palape (45) y Deysi Castro (16).
Doce menores de edad y dos mujeres adultas sepultadas en nueve partes distintas, cuatro de ellas en basurales y tres en el pique Huantajaya, asesinadas a palos o por golpes de piedra en la cabeza.
Pueblo unido
Sólo la fuerza de la población logró que la lista acabara ahí. Organizados, las últimas dos víctimas del sicópata lograron salvar de la muerte.
Primero, Maritza (16), quien en abril de 2001 fue violada por Pérez Silva, pero logró huir en la oscuridad y acudir al consultorio con rastros orgánicos del chofer.
Y luego, Bárbara (13), en octubre, quien había sida instruida por sus padres para recordar los rasgos de un posible agresor, y que logró sobrevivir tras seguirle la corriente al violador, quien incluso le contó sus crímenes y que tras finalizar su fechoría, intentó lapidarla. Al creerla muerta, la dejó al lado del pique Huantajaya, pero no la arrojó.
Cuando el sicópata se arrepintió, ella ya iba camino a la carretera a pedir ayuda. Al verse descubierto, Pérez Silva optó por cortarse la barba y salir de la ciudad, pero fue capturado el mismo día por Carabineros, porque olvidó sacar un peluche de la serie infantil "Bananas en Pijamas" del espejo retrovisor. Fue condenado a cadena perpetua.
Por su parte, las madres de las víctimas recibieron una pensión de gracia de 270 mil pesos, mientras las difuntas fueron ubicadas en el mausoleo-animita "Las Reinas de la Pampa", acompañadas de la única foto que hubo de cada una. Eran otros tiempos.