Dicen las lenguas viperinas que Peter Rock recuerda como si fuera ayer el día en que el Gobierno chileno le declaró la guerra al Imperio del Sol Naciente. La Segunda Guerra Mundial tenía al mundo patas pa' arriba y este calcetín del fin del mundo trató de mantenerse piola, pero al final sucumbió al fervor guerrero.
El 12 de abril de 1945, a las 12.40 horas, el Presidente Juan Antonio Ríos firmó el decreto ley que declaraba el "estado de beligerancia" con Japón. ¿No sabía, ah? Bueno, no se ponga colorado, pues la mayoría de los chilenos no tiene ni la más mínima idea de este episodio histórico. Y es que la cuestión no es para sacar pechito. Los japoneses estaban para la goma y por lo mismo, no hubo barcos de guerra ni batallas en el Pacífico. ¡Menos mal! Porque de lo contrario, habríamos dado puro yupi frente al poderío del primer mundo y ¡hablaríamos japonés de corrido!
"Fue un acto muy miserable, porque Japón estaba ardiendo de norte a sur, con ciudades arrasadas", reveló el experto en relaciones internacionales, Joaquín Fermandois. Según el caperuzo, Chilito fue presionado por Estados Unidos para declarar la guerra a uno de los países del Eje, o sea, Alemania, Italia y Japón.
Aunque el Gobierno criollo ya había roto relaciones con esas tres naciones, los gringos querían "more, more...". Según Fermandois, "se escogió al país más inocente".
Ariel Takeda, profe de Cultura e Historia del Japón, está de acuerdo en que los nipones eran el rival más débil.
Probablemente porque la "guerra" fue tan mula es que nadie supo que existió.
Buceando en los diarios de la época, La Cuarta, la historiadora, cachó que la declaración de guerra tuvo menos rating que la funada telecebolla Santiago City.
Y si no teníamos ni pito que tocar, ¿por qué Chile declaró la guerra? Algunos aseguran que al Gobierno no le quedó otra, porque los yanquis las cantaron claritas: El país sudamericano que no se va en mala con Alemania, Italia o Japón, no entra a las Naciones Unidas. "Eso era como quedar fuera del orden internacional", tradujo Fermandois.
Ariel Takeda asegura que "a Estados Unidos le convenía la guerra, por el cobre chileno", y en esos años el Imperio del Sol Naciente nos compraba caleta de mineral. "Por ejemplo, si normalmente valía 10, en época de guerra costaba 30. Como Chile dejó de vender, Gringolandia compró mucho cobre en 2 pesos". Pero sin la bronca con los japoneses, los gringos dejarían de mandar su ayuda económica, que era vital.
En 1945 había, con suerte, 750 nipones en Chile, pero agentes de inteligencia los tenían en la mira porque creían que eran espías. "Como al japonés le encanta sacar fotos, a muchos los pillaron con su camarita en Valparaíso o Antofagasta y los mandaron relegados", ventiló Takeda.
Pero el atado empezó varios años antes. En 1942, Estados Unidos aseguraba de abdomen que Japón quería sabotear las instalaciones eléctricas para que Chile no pudiera exportar el cobre. Por eso, se ofrecieron "gentilmente" a mandar 300 infantes de marina para entrenar a los soldados criollos.
El Presidente Ríos chantó la moto y dijo "cien, nomás". Junto con los milicos llegaron armas, municiones y un lote de chucherías, entre ellas, unos lindos cañones súuuper grandes, ¡de un metro y medio!, que nos salvarían de cualquier ataque y que todavía están instalados en varios puertos de nuestra costa.
Las malas vibras con los japos duraron poquito. En el 1949 se reabrió el comercio y en el 51 se suscribió el Tratado de Paz de San Francisco, donde Estados Unidos y todos sus amiguis, entre ellos Chile, se pusieron en la buena con los nipones.