Hoy en la columna de Scarleth Cárdenas: De abusos y secretismo, no más

Chile: un país sísmico, que acaba de provocar un remezón de carácter mundial. El Papa se tropezó con un país distinto. Antes de su visita, cuando le preguntaban por la caída del catolicismo, respondía convencido: "Conozco Chile, viví allí un año". No, no conocía Chile. Se quedó en el antiguo, manchado por abusos silenciosos que hoy, muy pocos están dispuestos a tolerar y callar.

Pero, de verdad ¿No conocía el nuevo Chile? Sí sabía de las acusaciones de abuso sexual contra Fernando Karadima. Y para que un abusador de niños actúe con absoluta impunidad en una conocida Parroquia de Santiago, requiere de un círculo de hierro, que protege y calla. Y así fue. ¿Y en qué estaban todos ellos? Esos sacerdotes están -hasta hoy- en cargos de relevancia en la jerarquía católica. Y no sólo presenciaron los abusos, cuando las denuncias llegaron a sus manos, las destruyeron. ¿Iglesia acogedora? Nada.

El cardenal Emérito Francisco Javier Errázuriz admite que recibió las denuncias en 2003 pero las puso en duda. La "fama" de Karadima y su habilidad para atraer seminaristas le nubló el juicio. Sólo comunicó los antecedentes al Vaticano siete años después. Y seguían corriendo los plazos de prescripción para que todas las tocaciones, abusos y violaciones quedaran sin pena de cárcel. Karadima es uno de varios.

Francisco les enrostró a los obispos que a algunos abusadores los detectaban desde el Seminario y no hicieron nada.

Iquique y Temuco le enseñaron al Papa que las cosas no eran como creía. Llegó a decir que no había pruebas sino sólo calumnias contra el Obispo Juan Barros. Osorno le había explotado antes en la cara. Y aunque al principio cerró los ojos y los trató de "tontos y zurdos", terminó inclinando la cabeza y pidiendo perdón.

Otra historia

Pero no todo es malo. Gracias a la seriedad de Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, hoy se escribe otra historia. Escucharon respetuosamente y comunicaron al Papa que había una historia sórdida de la que había -por fin- que hacerse cargo. Nunca antes el Papa había invitado al Vaticano a víctimas de abuso sexual para pedirles perdón.

Y ese gesto no fue gratuito, detrás venían las cabezas de los obispos chilenos. Algunos se resignan a la situación, otros pusieron su cargo a disposición "a regañadientes" porque sienten que no tienen culpa alguna. ¿De verdad no tienen culpa? ¿Cuántos de ellos levantaron la voz para decir: ¡Basta!?

¿Cuántos se van? ¿Todos? ¿Y qué viene después? Me permito pedirle al Papa más preocupación terrenal. Mirar tanto al cielo ha hecho perder de vista a las personas que hacen iglesia (y que además, los financian).

Pero no hablemos de plata, hablemos de dignidad y de "No más delincuentes y violadores escondidos detrás de una sotana". Suena fuerte, pero así fue, por años. El propio Francisco les enrostró a los obispos que a algunos abusadores los detectaban desde el Seminario y no hicieron nada. En muchos casos, el castigo fue el traslado para que se fueran a abusar a otro lugar. Y lo de Karadima, ni hablar. El castigo más severo fue retirarse a orar y vivir de los recursos de la propia iglesia.

Pero yo quiero ser optimista: Pareciera que el Papa entendió que esto no da para más. Así que me permito recordar que la red de vigilancia interna se debe reforzar. No más secretismo y protección de seminaristas y sacerdotes. Y no basta con contarle al superior, hay que actuar de inmediato porque hay JUSTICIA TERRENAL. Y si en este país hubiéramos hecho las cosas seriamente y a tiempo -me refiero a la imprescriptibilidad- muchos circunspectos señores de sotana estarían hoy donde deben estar: tras las rejas. Nada más.

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