La historia reciente de la iglesia católica se asemeja -increíblemente- a la salud de Charles Scicluna. El enviado del Papa asumió esta misión aquejado por problemas de salud y fuertes dolores abdominales. Así llegó a Nueva York, a escuchar el testimonio de Juan Carlos Cruz en una parroquia. Y viajó directo a Chile, para aterrizar -incluso- antes de lo programado. Los dolores lo acompañaban.
Quienes lo conocen, lo describen como un tipo estricto y serio. Va al fondo de cada investigación y no se deja intimidar por nadie. Cuando investigó los abusos sexuales de Marcial Maciel -en México- estuvo 13 días escuchando a las víctimas, sin avisar ni notificar a las autoridades eclesiásticas locales.
Esta vez, llegó a Chile con afán de diálogo, porque el Vaticano resintió la fría recepción de nuestro país al Papa. Los crímenes del cura Fernando Karadima marcaron un "antes y un después" y tuvieron un efecto tan devastador como jamás imaginó el propio Francisco. Como ha dicho la periodista italiana Franca Giansoldati es todavía "un caso símbolo" para la iglesia católica mundial.
Cuando los testimonios recién comenzaban, los dolores abdominales del enviado del Papa se volvieron agudos. El primer diagnóstico se confirmó: colecistitis. Y terminó en un pabellón quirúrgico en una cirugía laparoscópica para extirpar su vesícula. Ocurrió justo después de escuchar -por más de tres horas- a James Hamilton. La víctima de Karadima salió de esa reunión con rabia contenida. Calificó a los cardenales Ezzati y Errázuriz de "criminales" y dos horas después, el arzobispo de Malta ingresaba a la Clínica San Carlos de Apoquindo de la UC.
Si esta historia se va a escribir como la vida de Scicluna, Chile arrastra largas décadas de fuertes dolores y -esta semana- simboliza el ingreso de la iglesia católica a pabellón. En las manos Charles Scicluna y Jordi Bertomeu están en juego la confianza de los fieles locales y la credibilidad del Vaticano. Francisco lo sabe.
Por eso, pasó de la incredulidad a la preocupación. Hasta ahora, sólo dio crédito al obispo de Osorno, Juan Barros; a los cardenales Ezzatti y Errázuriz y al nuncio apostólico, Ivo Scapolo. Hoy el escenario es distinto. ¿Cómo va a terminar esto? La gente querrá saber hasta dónde llegaron las redes de Karadima. Nadie podría suponer que el párroco de Providencia abusó de tantos jóvenes sin que nadie lo supiera y encubriera.
¿Hasta dónde llegarán las responsabilidades? ¿Cuántos sacerdotes y obispos chilenos van a caer? ¿O no caerá ninguno? Un buen médico extirpa el tumor. De confirmarse el peor diagnóstico: ¿El Papa se atreverá a hacer lo propio?