No había cumplido 20 años. Estudiaba Periodismo en la Universidad de Chile y -como tantas veces- tomé un bus desde Coquimbo a Santiago. Salimos cerca de la medianoche. Eran casi 6 horas de viaje y de terror. Me senté junto a la ventana y a mi lado, un hombre de unos 40 años. Como siempre, me dormí con susto. Desperté de golpe cuando el tipo estaba tocándome. Dí un salto y lo miré: estaba todo sudado. Sentí asco y ganas de llorar. Recuerdo que tiré sus brazos y me dijo ¿¡Qué pasa si estoy durmiendo!? Yo busqué ayuda con el auxiliar. No hizo nada. El bus no se detuvo en el siguiente retén policial y este hombre siguió en su lugar.
Yo, congelada, con ganas de llorar y envuelta en pavor durante todo el resto del viaje... Pensaba: No voy a llorar ¿Qué hago?. Y las horas se me hicieron eternas. Pero cuando el bus finalmente llegó al terminal corrí por el pasillo y me paré en la puerta. Miré a los pasajeros y les dije: Soy estudiante. Vengo de Coquimbo a la universidad y ese hombre, que está en el asiento 22, empezó a tocarme mientras yo dormía. Estoy sola y muerta de miedo. La gente comenzó a increparlo. Y él -increíblemente- empezó a gritar: ¡Qué... Si te gusta! ¡Lo andabas buscando! Y la gente enfureció. Les pedí que sólo lo retuvieran porque yo seguía muerta de miedo y sólo les pedía que me dejaran correr al metro Los Héroes para llegar a mi casa. "No dejen que me siga, porque estoy sola", les rogué. Y corrí. Solo entonces me puse a llorar y me dí cuenta de que tiritaba.
Cómo no entender, entonces, a tantas mujeres que caminan por las calles siempre pensando que algo les puede pasar. Que sienten pavor cada vez que ven a un grupo de hombres -de día o de noche- o que se suben a un colectivo y -cuando lleva sólo hombres en su interior- no saben si van a llegar al final del viaje. Digo esto porque hoy discutimos si ha llegado el momento de mirarnos y castigar el acoso y reconocerles -por fin- a las mujeres sus derechos.
Fueron muchos los que se "espantaron" por un parte en Las Condes a un vendedor ambulante que lanzó un piropo a una joven, que caminaba acompañada de su padre. El asunto es que -alguna vez- los hombres tendrán que entender que muchas mujeres no quieren escuchar ciertas frases, obscenas o tiernas da igual. Y mucho menos, quieren sentir tocaciones. Nosotras decidimos qué permitimos.
Cambios
Pero esto que resulta tan básico: sentirse, hablar y vivir desde el mismo lugar, no está reconocido tampoco por el Derecho, en muchos aspectos. El Código Civil data de 1855 y establece que el hombre es el administrador del patrimonio de la sociedad conyugal. Y las mujeres deben esperar 270 días para volver a casarse (por la posibilidad de un embarazo). ¿Y los hombres, qué? Casi siempre un escalón más arriba. ¡Seguimos viviendo con normas del siglo XIX! Y para nadie es prioridad. Durante todos estos años, para muchos gobiernos, parlamentarios y dirigentes políticos, las prioridades son otras. Piense ahora cuántas leyes se han aprobado en cuestión de horas o días cuando los intereses de nuestras autoridades están en juego. Las mujeres -en cambio- siguen esperando.
Por todo eso, entonces, bienvenidos los cambios que propone el nuevo Gobierno. Pero habrá que estar vigilante a que los anuncios terminen en cambios concretos. Dicen "No más discriminación de las isapres hacia las mujeres ni planes de salud más caros en edad fértil". Pero claro, a las isapres -que ganan miles de millones de pesos cada año- no les tocan el bolsillo. Rápidamente, encontraron la fórmula de cuidar sus utilidades: Les van a subir las primas a los hombres para que todas las personas paguen lo mismo. Si todas las soluciones llegaran así de rápido ¡Qué lindo sería Chile! Las mujeres -en cambio- hemos tenido que esperar siglos. Así que, por favor, menos piropos y más derechos. Pero ahora.