Sigo en recogimiento, pero no tanto como para ir al Cajón del Maipo a una ceremonia de sanación. Una vez fui a yoga, debía mantener por unos segundos una asana (esas posturas de equilibrio), pero me caí. La profe, que tenía un cuerpo espectacular, me dijo "no te preocupes".
Seguí la clase, pero cuando vino el minuto de silencio, ese del "ommmmmm, ommmmmm", estallé en risas. Rápidamente salí, por no decir que huí, no quería ver como mis compañeritos me miraban con cara de odio.
Estuve a punto de romper mi promesa de dejar de buscar mino, pero luego pensé que si repetía no quebraba la regla autoimpuesta. Comentando con los millennials de la oficina, los que siguen mis aventuras (a estas alturas desventuras) como si fuera una teleserie, una de las chicas me dice "lámina repetida no completa el álbum". Fue como escucharme a mí misma cuando tenía su edad. Inmediatamente bloqueé en el WhatsApp a más de 20 minos -ojo, sólo con dos terminé en la cama.
Su frase me recordó una historia de la universidad. Cuando estaba en segundo año salí por un par de meses, en realidad casi dos años, con Tomás. Era una relación sin compromiso, íbamos y veníamos.
En esa época, principios de los 90, mi bandera era la libertad. Eso de tener un pololo me recordaba el Chile profundo, el mismo del que quise huir cuando cumplí los 15 años.
A Tomás no le preguntaba con quien había estado y él menos. Desde que nos conocimos hubo una tensión sexual. Nos paseábamos por las discos, sobre todo las "alternativas".
Estar con él era seguir un guión, todo lo que hacíamos estaba en su mente. Llegaba a mi departamento, de un ambiente, donde nunca había mucho que comer (era estudiante, con mucho esfuerzo mis padres lo pagaban) y una vez que entraba empezaba un nuevo capítulo. "Ahora tomamos cerveza", luego del sexo seguía diciendo qué hacíamos, si comer, salir o lo que fuese. Eso me encantaba, no tenía que pensar ni hacer nada, sólo disfrutar.
Con él conocí Le Trianon, el Moulin Rouge criollo de la Candy Dubois, uno de los primeros lugares del transformismo. Una noche, cuando se apagaron las luces de neón y buscaba a Tomás, me vi rodeada de parejas gay, ahí comprendí que mi relación abierta no tenía futuro.
Tomás tenía la duda, pero ya era bisexual. Hoy sale en las revistas de papel couché. Cuando nos encontramos me toma de las manos y grita: ¡¡¡Clarita!! ¡¡¡Clarita!!! Siempre suelta un qué linda estás, aunque esté obesa. Eso lo bueno de tener un ex gay, siempre será tu amigo.