El jueves causó polémica que una vecina de un edificio de Ñuñoa hiciera cumplir la normativa de la comunidad que le prohibe a las nanas y, en este caso particular a sus hijos, usar la piscina del lugar.
Cinco kilómetros hacia el poniente trabaja hace dos años como conserje Rigoberto Becerra, un chileno criado en Venezuela, quien, junto a los residentes de su edificio de loft ubicado en Compañía #2153, decidió solidarizar con la trabajadora de casa particular.
El vecino Mauricio Palazzo buscó el reglamento de la comunidad y con agrado cachó que permitía el uso de la piscina por parte de los trabajadores del lugar durante su tiempo libre y fuera del horario laboral.
EL PISCINAZO
Rigoberto nunca se había metido a la piscina, pero decidió hacer valer su derecho para que sus colegas y las nanas también lo hicieran. Se sacó la cotona, la polera, las chalas y se tiró una bomba que nos dejó como sopa.
"Para mí todo pensamiento que vaya en contra de la integración produce el resquebrajamiento de la sociedad. Todas las personas que se ponen en un pedestal superior con un pensamiento hitleriano han destruido la humanidad", teorizó con cuática.
"No me cabe en la mente cómo gente de posición alta guarde en su corazón ideologías que matan. En este edificio nunca he tenido un problema, no he sufrido discriminación, tengo libertad para escuchar música y así trabajo feliz", agregó.
Por último, criticó que en el edificio de Ñuñoa se haya segregado a unos niños. "Una persona adulta está preparada para soportar la discriminación, pero si discriminas a un niño estás dejando ahí una huella muy difícil de borrar", concluyó.