Como cada mañana, Yerko salió de su casa en Estación Central rumbo al liceo comercial Gabriel González Videla de Santiago. Con la alegría que lo caracterizaba caminaba por Avenida Bernardo O'Higgins para cruzar la calzada en la intersección de Hermanos Arellanos.
Paró, miró y esperó paciente el verde para cruzar la calle. Cuando dio el primer paso en la ruta, sin aviso un bus del Transantiago lo embistió. Su cuerpo golpeado quedó metros más adelante, mientras el chofer se alejó de la escena sin ni siquiera detener su marcha. Un foco roto fue el único vestigio que dejó el móvil en su frenética carrera hacia la nada.
Pese a los esfuerzos y maniobras médicas, las consecuencias del impacto fueron inevitables. Lentamente la mirada del joven fue cayendo ante las pocas personas que hacían lo posible para que el chico siguiera con vida.
Antes de las ocho de la mañana, y con sólo 14 años, la sonrisa angelical y el rostro servicial se apagaba para siempre, ante la incredulidad de quienes buscaban consuelo por su pronta partida.
Su comunidad educacional quedó impactada. Fue despedido con honores y se le rindió homenaje cerca de donde emitió su último suspiro, entremedio de dos locales comerciales de la principal arteria metropolitana.
Una casita blanca con su retrato y flores se levantó en su honor. Las velas durante las semanas siguientes mostraban que el espíritu del joven seguía presente en ese lugar, mientras los vecinos del sector y comerciantes comenzaron a rendirle pleitesía.
Así, una de las señoras de un cité aledaño comenzó a pedirle favores. Cada semana iba a inclinar el rostro frente a esa animita. Cara de desesperanza que encontraba respuesta en el reflejo de la imagen del menor, a la cual le rezaba en silencio.
Los problemas de salud comenzaron a aquejarla. Pero sabía que él no le iba a fallar. Sin ni siquiera conocerlo, la dama comenzó a soñar con el escolar.
El joven se veía tranquilo. Así, la mujer comenzó a creer que su espíritu quería comunicarse con ella. Y en ese rostro espiritual encontró el apoyo que necesitaba.
Así cree que superó el mal momento, todo gracias a la fe en el menor. Pese a todo, nunca ha tenido contacto con la familia de Yerko Opazo. Prefiere que así sea para guardar la privacidad. Pero cada vez que puede sigue yendo a su animita.
Es ahí, donde el tiempo se para y encuentra la paz interior que necesita para seguir. A diferencia de otros creyentes, su gratitud no la patentó en una placa de agradecimiento. Eso se lo guarda en el corazón.
Aunque no sería la única que logró ser bendecida por la gracia de Yerko y muchos creen que el joven es un puente entre el mundo terrenal y el espiritual.
Yerko tendría 18 años, podría estar en la universidad, pero pese a su ausencia, vive en el corazón de quienes lo recuerdan y agradecen sus intervenciones, consideradas para algunos, como divinas.