Atacama: El desierto florido guarda una pena

En el desierto de Atacama las condiciones para la vegetación siempre son adversas. La ausencia de lluvias hace que el color café se tome el norte de nuestro país. Pero a veces eso cambia, cuando una mujer vuelve a pisar la zona.

En la época de la Conquista, una hermosa dama habitaba estos parajes indómitos y que causaban curiosidad por lo infértil de sus tierras. En la zona, la muchacha siempre llevó una vida llena de misterio, pero aun así llamaba la atención de todos por su belleza. De ella, sólo se sabía el nombre: Añañuca.

Con el pasar de los años, los hombres de los caseríos cercanos comenzaron a cortejar a la damisela. La buscaban, le mostraban su admiración, pero eso a ella poco le importaba. Siempre manteniendo distancia con el resto, se alejaba de todo quien quisiera verla.

Pero un día todo cambio. Desde tierras lejanas llegó un joven y guapo minero que sólo estaba de paso en el sector. Su objetivo era ir a las vetas de oro que abundaban en las montañas durante ese tiempo. Aunque claro, en medio del camino apareció Añuñuca, quien dejó embobado al sujeto.

Haciendo caso omiso a lo que se comentaba en el pueblo, el muchacho se acercó a la mujer. El flechazo fue casi fulminante. Él se enamoró perdidamente, mientras que Añuñuca dejó atrás sus prejuicios y también quiso saber más del foráneo.

Con el pasar de las semanas el minero se fue olvidando de la razón por la que había llegado a la zona. El amor que sentía por la mujer era más fuerte y se asentó en el lugar. Ella se mostraba más feliz que nunca y todo el pueblo sabía de la unión que habían logrado. Pero no duraría para siempre.

Una noche, el hombre tuvo un sueño que lo inquietó en demasía. El espíritu de la montaña le revelaba la ubicación exacta para que encontrara el oro que con tantas ansías había buscado. Él lo interpretó como una señal, volviendo a su frenética búsqueda de las pepitas doradas.

Añuñuca desesperada le pide que no la abandone, que no la deje sola. El minero, decidido en su acción, le promete que volverá con el objetivo que se trazó al inicio del viaje. Su búsqueda lo llevó a los cerros en busca del botín, dejando a la mujer nuevamente en soledad, a la espera de que su amado volviera.

Pasaron días y meses, pero el muchacho nunca regresó. En el caserío comenzó a rondar el rumor que un espejismo se lo tragó en el desierto, mientras Añuñuca intentaba buscar una respuesta al abandono que había sufrido. Desconsoladamente lloraba por las calles del pueblo y esperaba hasta el amanecer que una silueta comenzara a vislumbrarse en el horizonte.

Una flor

Su dolor era tan grande que varios la quisieron ayudar, pero poco parecía importarle. Consumida por el dolor, en medio del desierto murió de pena por haber sido abandonada. Ese día, el cielo se cubrió de nubes y comenzó a tirar lagrimones sobre el desierto.

Añuñuca se iba sufriendo, pero al día siguiente desapareció del lugar. Donde yacía su cuerpo unas bellas flores rojas habían florecido. El brillante sol de esa mañana hizo que todo el pueblo saliera a ver lo que pasaba. Nadie supo qué pasó con la joven, pero el inerte manto árido se había convertido en una belleza que los lugareños nunca habían visto.

Algunos dicen que Añañuca se transformó en esa flor roja que llenó el valle. Su incondicional amor se fundió con la tierra, lugar en donde aún espera la vuelta del minero que la dejó, como una señal de eterno resguardo.

Cada ciertos años el desierto se vuelve florido, efecto que la gente del norte celebra y es comentario de todo el mundo. La pampa deja de ser inhóspita, para cubrirse de flores. La historia dice que este fenómeno nació con la muerte de Añañuca, y que cada vez que la zona se llena de vida, es cuando vuelve a esperar el regreso de su amado por el extenso paño infecundo.

En medio de la soledad, el desierto florido hace que Atacama se transforme en un lugar agradable y digno de conocer, pese a guardar una gran pena de amor.

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