La Cuarta Dimensión: el diablo encontró a su bruja en Talagante

A Talagante lo une un "lazo hechicero". Eso significa en quehua el nombre de esta comuna ubicada a 35 kilómetros de Santiago, un lugar lleno de leyendas de brujas. Aquelarres, maldiciones, amores fracasados y más serían obra de las supuestas hechiceras.

Talagante comenzó su auge bajo el dominio inca. Tras la llegada de los españoles el caserío lentamente fue creciendo en población. Un anciano tomó el control de las actividades, y pronto se convirtió en el mayor hacendado del lugar. Riqueza, tierras y una bella hija que todos observaban con deseo en el pueblo.

Todo iba bien hasta que un día apareció un afuerino. Con buena pinta y arrumacos enamoró a la mujer. Un romance que comenzó de forma clandestina entre la ruta que unía Talagante con Peñaflor. El hombre era misterioso, nadie sabía de él antes de esos encuentros furtivos con la muchacha.

Los más viejos del lugar comenzaron a sospechar del sujeto cuando el compromiso salió a la luz. Una serie de infortunios hicieron que él se convirtiera en el principal responsable para los habitantes. Es más, comenzó a expandirse el dicho "el diablo venía de Peñaflor a Talagante en una carreta muy elegante", por lo cual su estadía comenzó a ser ingrata.

La cruz y la virgen

Pese a todo el matrimonio se realizó, pero todo el pueblo creía que este hombre era la reencarnación del diablo que quería apropiarse del lugar, por eso se encomendaron a Dios para librarse del mal. A la entrada del pueblo mandaron a construir una cruz de hierro con tal de alejar todo espíritu maligno del sector, mientras que a las faldas del cerro, una imagen la virgen María servía como custodia.

El complejo camino que el hombre recorría de un lugar a otro, entre ramas, espinos y zarzamoras a orillas del río Maipo fue denominado como "el camino del diablo".

Las sospechas contra él crecían cada día, debido a sus grandes riquezas y lo desconocido de su pasado.

Así comenzó una casa de brujos. Talagante y Peñaflor se unieron en procesiones religiosas con tal de alejar a los demonios.

El hombre desapareció sin dejar rastro causando la felicidad de los cazadores, mientras la bella mujer fue encerrada en una cueva entre los cerros para que nadie tuviera contacto con ella y así evitar cualquier posibilidad de expandir la maldad.

Del desamor a la hechicería

Desde ese momento la joven comenzó con el arte de la hechicería para olvidar el dolor de la partida de su amor. Organizaba aquelarres con otras mujeres del lugar, que luego bajaban al pueblo para seguir su vida normal. Reuniones donde realizaba conjuros y se juntaban brujas de otros pueblos como El Monte, Pomaire y Salamanca, también son conocidos por sus seres del inframundo.

Cuando decidían bajar al pueblo, los más ancianos hablaban de cabezas flotantes con alas en el cielo, mientras otros se referían mujeres arriba de una escoba surcando el aire. El cerro en donde sucedían estos hechos pasó a llamarse "Cerro de los Brujos". La leyenda popular dice que nadie ha podido ingresar a la cueva desde donde emergen las brujas, pero de que las hay, las hay.

Negros poderes que para algunos aún duermen en Talagante. Ese lugar también guarda los orígenes de Catalina de Los Ríos y Lisperguer, "La Quintrala", para muchos una de las primeras brujas criollas de la zona, y cuya familia proviene de este sector, lleno de un aura negra y mística.

Un viaje hacia el infierno al que hoy la comuna de Talagante le saca provecho. Las creencias populares son parte del turismo que se realiza en la zona, mientras los más espirituales aún creen que las brujas viven en este lugar.

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