A la sombra del Árbol de la Vida chilensis y con la barra iluminada de un bar con aire clásico, generoso en cositas para picar y aplacar la sed tan grande que provoca la vida, Dióscoro Rojas, músico y gran guaripola guachaca, se puso solemne, pero no triste, para entregar una exclusiva: "Me estoy alejando del movimiento, ya es tiempo de abrirles paso a las nuevas generaciones". Y es justo a una semana de celebrarse la Gran Cumbre.
Dióscoro no está cansado de su rol, sino que siente que las cosas deben tener el aporte de los más jóvenes, del riesgo, del atreverse a lo diferente, "porque nosotros siempre hemos estado en cambio constante, en sacar cosas nuevas, en renovar y hay que incorporar otros ojos, otras miradas para seguir siendo guachacas y no estar anquilosados, así como paralizados", sentencia en la barra del bar Liguria de Merced con Lastarria.
Las caras jóvenes con ganas y herramientas intelectuales para recibir el testimonio son Araucaria Rojas y Carlos Carvacho, hija del guaripola e historiadora ella y periodista él. Son los continuadores, los que saltaron a la pista y se están haciendo cargo de llevar adelante los convites masivos, de generar los contactos y emprender las acciones para llevar urbi et orbi el espíritu del colectivo: "El ser guachacas, que es nada más y nada menos que ser humildes, cariñosos y republicanos", sentencia el fundador del grupo.
Sin exclusiones
"Estamos nosotros ahora, gestionando y reafirmando el contenido guachaca, que es más que una fiesta, es algo de todos los días, es lo que se ha dado, se da y se sigue dando en la sociedad. No sólo somos música, somos una cultura que siempre ha estado y que siempre cambia, que no excluye, sino que integra, porque aquí caben todos", sentencia Araucaria, magíster en historia de la Universidad de Santiago y con varios libros e investigaciones en su currículum.
- ¿Lo guachaca es parte de la historia, Araucaria? La historia se hace día a día, no sólo con grandes hechos, sino que en lo cotidiano y ahí cabe todo, desde abajo hacia arriba. Los populares tienen un código simbólico que se comparte, que está abierto, mientras que las élites no comparten sus códigos... Somos parte de la historia y la hacemos.
Junto a ella, Carlos entrega su experiencia periodística y conocimiento de las relaciones públicas e institucionales, "pero no es sólo eso, ya que desde hace tiempo que me acerqué al movimiento guachaca y creo tener el feeling para seguir difundiéndolo, porque es necesario para el alma nacional".
- ¿Qué tan necesario, Carlos? Mucho, porque esto es amor por lo nuestro, por Chile, porque vivir aquí es un privilegio, porque somos acogedores, permeables, aprendemos y persistimos. Siempre estaremos porque, como dijo Dióscoro, somos humildes, cariñosos y republicanos.
"A diferencia de las élites, a nosotros nos gusta vivir aquí, nos gusta Chile y sin exclusiones, los recibimos a todos", sentencia Dióscoro y es refrendado por Araucaria, quien recuerda que próceres de la República fueron guachacas de tomo y lomo: "Diego Portales no podía estar sin sus chinganas cerca del Mapocho, donde se tomaba, bailaba y había espacio para el amor, donde se era realmente persona, no una imagen, un estereotipo".
- Dióscoro, ¿qué tan chileno es eso de dar un paso al costado? A ver, la historia del país está llena de pasos al costado, de salidas, pero también está llena de alejamientos con elástico, con esos voy y vuelvo… Y como guachaca y ser histórico, siempre voy a estar ahí, tal vez simbólico, pero ahí.
Suspira, mira a la nueva generación y levanta los ojos achinados hacia el Árbol de la Vida que decora el muro del bar. "Está bonito, ah, tiene símbolos muy chilenos", dice y señala las imágenes que muestran al huemul y el cóndor jugando brisca; a la reina de corazones que raya el tronco, barcos maniceros, circos, soles, mientras las raíces se asientan sobre los esqueletos de los reyes de la España del descubrimiento. "Hay guachacas para rato".