¿Cuántas veces no recordamos una tarde de invierno de hace más de una década corriendo al videoclub vecino para salvar una aburrida tarde? En el cercano boliche encontrábamos desde las clásicas películas del Oeste, pasando por Chaplin, las aventuras de Indiana Jones, hasta unas prohibidas que revolvían y apuraban las espinillas de los adolescentes.
Sin embargo, el panorama actual del provechoso negocio de antaño es bastante desolador, como nos largó Claudio Velasco, de "Video Club 20", en Libertad al llegar a San Pablo, en Santiago, que debe cerrar, después de 28 años de pasar películas a los más de 83 mil clientes que llegó a registrar en el barrio Yungay.
“Desde 1986 que atiendo este negocio. Antes llegaban las parejas, después sus hijos. Las películas cruzaron el corazón de dos generaciones, desde E.T. hasta Titanic, pero no se puede resistir la venta de dvds piratas que los coleros en la feria venden hasta 2 por 500 pesos a los mismos vecinos que después lloran que no quedan estos lugares”, alegó Velasco.
Recuerda con cariño cuando en el barrio Yungay, Brasil y Matucana, la competencia era fuerte, con más de 20 sucuchos especializados, "algunos hasta con películas cochinonas en VHS para atraer a la clientela; hoy no quedan más de tres", rebobinó.
“Luego de la llegada del pirateo e internet empezamos a variar la oferta, con juegos Nintendo y más de 8 mil películas a finales de los noventa; ahora ya no da para más y están todas a la venta, me quedan cerca de 4 mil títulos para los que quieran comprar clásicos en formato original, esto se terminó; ahora probaré con juegos de azar y los pasteles”, remató Velasco.
Otra película
En la otra vereda y sentados en el sillón de las buenas noticias, Video Club Lar, en avenida Rancagua, resiste con clásicos, nueva tecnología y golosinas la oleada de pirateo y películas bajadas por internet, para mantenerse e incluso crecer en momentos en que por todo Santiago el negocio desaparece.
“Una buena película, un clásico sólo lo encuentras en un videoclub, los piratas venden sólo estrenos, no responden por las fallas; y mal que mal comprarles es un delito”, aflojó Richard Rodríguez, encargado desde 1998 del lugar y quien cree que entregando películas que nadie tiene y tecnología como Blue Ray y 3D la gente llega solita.
"Si bien se han ido acabando los lugares donde arrendar, a la tienda entran semanalmente al libro de socios entre 5 a 7 tipos. Hay gente que busca películas de culto: estudiantes de teatro, guionistas de teleseries o fanáticos de siempre", explicó Rodríguez, quien, junto a Video Club Magnolia, en pleno centro de Santiago, resiste a morir en una ciudad que poco a poco se tragó a la mayoría. "La idea es renovarse y resistir con un lugar donde se pueda consultar, vitrinear y salir contento", explicó su dueño, Sebastián Navia, quien luego de 4 años funcionando en Gran Avenida, ya lleva cerca de ocho en pleno centro de Santiago.
“Sólo le pido a mis clientes y a todos aquellos que alguna vez fueron a su local de barrio que no lo dejen morir, después de ido el lugar vienen los recuerdos. Y ya puede ser tarde”, puso fin Nacho Navia.