Elizabet Colihueque dejó tirada la pedagogía y hoy prepara rica comida mapucheli

Quiso rescatar su cultura y en base a las delicatessen de la cocina mapuche, esta fémina deleita a los visitantes que llegan a su local en Liquiñe, Región de los Ríos.

Elizabet Colihueque, de sólo 27 primaveras, casada y dos hijos, siempre mojó la camiseta por su cultura. Por eso, dejó las aulas y ahora espera con paciencia las reservas de quienes  se atreven a disfrutar la ancestral gastronomía.

Con una hospitalidad que conquista el cuore de los turistas, y junto a un rico plato de piñones acompañado de salsa de ají merkén, Ely nos chachareó sobre su innovadora apuesta.

- ¿Cómo llegaste a esto?

La verdad es que fue un momento difícil, estaba terminando la universidad donde estudiaba Pedagogía, y mi esposo estaba cesante, y como él es chef, comenzó a dedicarse a preparar eventos de cocina.

- ¿Y lo del aporte mapuche?

Yo viajaba por Curarrehue, cuando leí un letrero que decía 'Proyecta Tu Futuro desde Tus Raíces', y me dije a mí misma "¿cómo puedo yo aportar mi cultura en este momento?', y se me ocurrió introducir la cocina mapuche en los eventos donde contrataban a mi esposo, apoyada por el Fosis que me financió un  proyecto innovador.

- Debió costar su resto...

Al comienzo fue difícil, ya que era desconocida en la zona. Imagínate comer roast beef de caballo, por ejemplo. Los fui integrando en degustación, para que la gente los probara, llegando a constituir una microempresa familiar con el apoyo del Fosis, y desde septiembre de 2008, partimos con la hostería, siempre con la misma intención: Rescatar ante todo lo rico de la cocina del pueblo mapuche.

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Quienes llegan a la hostería La Casona, en Liquiñe, pueden disfrutar de un menú pantagruélico que lo dejará pochito. Pa' que vaya tasando: Piñones con salsa de avellanas al merkén, sabrosas albóndigas con mezclas de quinoa y manzanas.

Y por si esto fuera poco, en esta mesa autóctona no puede faltar el chicharrón de caballo con una tortilla al rescoldo recién amasada... como para mandar a la punta del cerro las palabras grasas y colesterol.

Para los paladares exigentes, se puede tantear con los catutos de piñones y de trigo, que se pueden probar con una variedad de cremas y pebre de la zona, que deja al más mañoso chupándose los bigotes.

Los que cuidan la figura, pueden degustar sin culpa las sopaipillas de linaza, que tienen harta fibra por lo que engordan menos.

Como estos platos dejan la garganta seca, para beber está el tradicional mudai a base de trigo y piñones con  miel de ulmo, y otras bebidas producidas con vegetales de la zona.

- ¿Son regodeones los turistas?

Para nada, los brasileños, canadienses y europeos prefieren estas preparaciones, y valoran mucho más que nosotros nuestra cultura. Los chilenos son más miedosos y primero tienen que probar las cosas antes de pedirlas.

M.A. Carrillo / V. Fainé

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