En 1998, el cuerpo sin vida de Marcela Casanueva fue hallado en su habitación. Días después, la matrona Ema Pinto, quien aseguraba tener poderes síquicos, va a la policía para culpar a su ex pareja del crimen. Los detalles que dio la escena detonaron las sospechas que llevaron a su condena.
Ema Pinto (36) está a punto de cumplir su pena de 15 días en una celda de castigo, aislada del resto de la población penal. En los últimos meses, la mujer ha estado varias veces en la misma condición y se ha jurado no repetir la escena.
Lleva un año en la cárcel y hasta huelgas de hambre ha realizado alegando inocencia. Está acusada de ser la homicida de Marcela Casanueva, una asesora del Ministerio de Vivienda de 28 años, degollada en su departamento el 24 de julio de 1998.
Las últimas semanas han sido las peores. No por cumplir una condena en base a presunciones y sin confesión - lo que actualmente no se podría-, sino porque durante su reclusión ha sufrido la prohibición de ver a su hijo Eduardo, de 2 años, fruto de su fallida relación con el anestesiólogo Edgar Fernández.
Nunca pensó que estaría tanto tiempo tras las rejas. Menos que pasaría de denunciante a sospechosa y luego a culpable a ojos de la Justicia.
La oscuridad predomina en el reducido espacio en que debe pagar su castigo. Más delgada que nunca, se recrimina una y otra vez el haber ido a la policía a contar el sueño donde vio con lujo de detalles el asesinato a Casanueva, mientras ata su pijama a los barrotes de la pequeña y única ventanilla del lugar.
La vidente
Era una niña cuando su tío Antonio la inició en el esoterismo. Según ella, el hombre tenía poderes mentales y le enseñó a "soñar para adelante" antes de morir. Aseguraba tener un talento premonitorio y de acuerdo a ex amigas, ya convertida en mujer Ema incluso decía poder comunicarse con su difunto líder espiritual.
Aunque testigos aseguran que habitualmente sus pronósticos eran certeros, al parecer Pinto no pudo predecir que caería a la cárcel al intentar involucrar a su ex pareja en el mediático asesinato.
Sin embargo, quizás ya presa, sí pudo soñar su vida encerrada. En los pocos meses que llevaba en la cárcel, su carácter ya le había sumado rivales tanto en la población penal y como en Gendarmería.
En ese contexto, y luego de un primer intento fallido, el 30 de septiembre de 1999 Ema Pinto aprovechó un cambio de guardia para ahorcarse con su propio pijama en la celda de castigo a la que se juró nunca más volver.
20 años
El "Chino" Ríos se había convertido en número uno del mundo y La Roja volvía del mundial de Francia, cuando el asesinato de la joven funcionaria del Minvu giró el foco de atención.
Luego de trabajar toda la noche en el Hospital de Carabineros, la enfermera Carmen Tapia regresó al departamento que compartía con la asistente social Marcela Casanueva en Providencia. El lugar estaba desordenado, el cable del teléfono cortado y la pieza de su ex compañera de colegio cerrada por dentro.
Por esto, la mujer pidió asistencia policial, comprobando que al interior de la habitación figuraba el cadáver de su amiga, vestida (hasta con zapatos), tendida al centro la cama (que estaba hecha), amarrada de pies y manos con huincha de embalaje, mismo material que cubría dos profundos cortes en su garganta.
Pese al desorden, en el lugar no había huellas digitales ajenas a las habituales y la investigación comprueba que la mujer fue sedada antes del ataque. La última persona en verla con vida fue su pololo y compañero en el Minvu, Enrique Rajevic, y la única pista que tienen es la versión del chofer del radio taxi que lo fue a buscar poco antes de la medianoche, quien dijo haber visto a una persona mirando y esperando fuera del edificio, que aprovechó de entrar cuando el joven salió.
Navegando a ciegas y con el hecho abriendo los noticieros, dos días después del crimen la Brigada de Homicidios recibe la inesperada visita de la matrona y esteticista Ema Pinto, quien asegura tener poder mentales y necesita colaborar en la investigación.
En la cita, que es grabada secretamente por la PDI, la mujer entrega detalles tan específicos de la escena, que llama la atención de los investigadores. En su relato termina identificando a su ex pareja (pero todavía esposo) como el asesino y además como miembro de una mafia de psicotrópicos. Además, debe confesar que había mandado intervenir su teléfono, para entregar una cinta en que la actual pareja del médico (una compañera de trabajo y amiga de las dueñas de casa) hablaba con él desde el departamento donde ocurrió el crimen.
Viendo que había gato encerrado, la policía le asigna seguridad 24/7 a la matrona, supuestamente para protegerla de "la mafia", pero en realidad para investigarla. En su departamento descubren muñecos vudú e incluso una foto de su ex con su nueva polola dentro del freezer.
Finalmente la PDI llega la conclusión de que la persona que aprovechó de entrar al edificio cuando Rajevic salió fue la propia Ema Pinto. Al sentir que tocaban la puerta, la víctima habría creído que su novio regresó, abriendo sin mirar. De alguna forma la matrona habría sedado a la mujer en su cama, para luego asesinarla, desordenar el living para aparentar un enfrentamiento y posteriormente ponerse una barba postiza para sentarse frente a la ventana y ser vista por algún vecino, para así poder culpar a su esposo (que usaba barba) y mandarlo a la cárcel. También se barajó la teoría de que Ema haya confundido a Marcela con la nueva pareja de su ex, por el simple llamado desde su casa.
En todo caso, nunca se encontró ni una huella ni el arma del crimen, por lo que la duda quedó para siempre.