La historia de Jorgelino Vergara, y la propia existencia del centro de detención y torturas de la Brigada Lautaro, salió a la luz de la mano de un prestigioso documental que se gestó luego de sus declaraciones oficiales ante la Justicia. Con el correr de los años, decenas de militares involucrados en el caso Calle Conferencia han sido condenados.
“Es extraño que El Mocito no terminara suicidado. Raro que hasta hoy no cayera abatido por las balas de viejos camaradas de la DINA o la CNI, por traidor”.
Con esas palabras comienza “La danza de los cuervos”, el exitoso libro publicado en 2012 por Javier Rebolledo, un periodista que también fue parte del equipo de investigación del documental “El mocito”, un trabajo cinematográfico que inicialmente puso el foco sobre Jorgelino Vergara, quien en su juventud, en los tiempos de la Dirección Nacional de Inteligencia, fue el mozo de la casa del líder de la policía secreta de la dictadura, Manuel Contreras.
No solo eso, por sus posteriores días en la Brigada Lautaro, Vergara terminó testificando sobre las atrocidades al interior del cuartel de la calle Simón Bolívar, un centro de torturas calificado por Rebolledo como “el único cuartel dedicado de modo expreso al exterminio”.
De acuerdo a lo que relató el propio escritor del libro, en conversación con revista Ercilla en octubre de 2012, “La danza de los cuervos” marcaba la diferencia con otros textos por “estar construido sobre la base de las declaraciones de los propios victimarios”. Dicha situación fue posible ya que Rebolledo tuvo acceso al expediente secreto que incluían las declaraciones de militares sobre el caso de Calle Conferencia, el cual afectó a las cúpulas clandestinas del Partido Comunista que fueron destinadas al centro de detención.
Y en ese escenario, la declaración clave de ese expediente era aquella del mocito que rompió el pacto de silencio tras ser contactado por la PDI debido a que otro agente lo había culpado en 2007 del crimen de Víctor Díaz López, subsecretario general del PC y quien lideraba a los comunistas desde la clandestinidad.
Todo aquello terminó dando pie a la detención temporal y el testimonio de los exoficiales involucrados en lo que Rebolledo catalogó en su libro como “la cofradía de lesa humanidad”.
Hablando de “paquetes”: las reuniones en la casa del Mamo Contreras
En julio de 2012, en una entrevista con Tomas Mosciatti para CNN Chile, el propio Jorgelino Vergara abordó su historia de precaria vida familiar y el “encandilamiento” que tuvo una vez que comenzó a trabajar, a los 14 años de edad, en la casa del por entonces coronel Contreras en calle Pocuro con Antonio Varas.
“Yo abría la puerta de entrada, el ingreso a la casa, le recibía su maletín, llevaba también su metralleta, subía al segundo piso, dejaba su metralleta al lado del velador y dejaba su maletín ahí”, explicó sobre sus acciones diarias en el lugar.
Con los meses, el mozo adolescente comenzó a tener instrucción en el uso de las armas para “repeler el fuego en caso de un ataque a su domicilio”. Según sus palabras, por todo eso terminó siendo un “experto” con “buena” puntería, aunque relató que además recibió instrucción de defensa personal con karate, full contact y uso de armas como katanas, nunchakus y lanzamiento de dagas con una distancia de 8 a 12 metros.
Entre sus declaraciones más relevantes, Vergara reconoció que escuchaba las conversaciones que sostenía Contreras al interior de la casa, pues pasaba desapercibido como parte de la servidumbre. “No tenía restricción ninguna porque... era algo... como prácticamente insignificante”, recordó sobre su estancia en el hogar.
Dicho lugar habitualmente recibía la visita de militares como Miguel Krassnoff, Juan Morales Salgado, Alejandro Burgos, Marcelo Moren Brito y Michael Townley, entre otros. Todos ellos fueron condenados salvo Townley, quien declaró en Estados Unidos y terminó bajo el programa de protección de testigos.
“Por lo general conversaban todo lo relacionado con las operaciones de inteligencia (...) hablaban de bajas, que eran documentos, por ejemplo, decisiones que tomaba el general Contreras, pero que en el fondo Pinochet solo tenía que firmarlos porque los hechos ya estaban concretados”, recalcó Jorgelino.
También recordó que militares como Moren Brito llegaban hablando de “paquetes” y que pronto entendió que esas conversaciones en realidad tenían relación con cadáveres y “personas que habían sido dado de baja y tenían que ser llevadas a sus destinos finales”.
Por otro lado, Vergara planteó que la casa tenía un citófono para entablar conversación directa con el dictador y todos los cuarteles de la DINA, por lo que una vez le tocó recibir una llamada de Pinochet. “Dígale que lo llama su compadre”, le habría dicho el líder militar.
En ese entorno, el mocito reconoció que el primer regalo de su vida lo recibió en la Navidad de 1975 en el hogar de Contreras y que inclusive salía de vacaciones con la familia a lugares como las rocas de Santo Domingo y el Cajón del Maipo.
El cuartel de Simón Bolívar
Tomando como chapa el nombre de Alejandro, en sus nuevas funciones como asistente de mozo en la DINA al interior de la brigada Lautaro, Jorgelino Vergara explicó que a su llegada al cuartel firmó un contrato con su nombre verdadero y un archivo adjunto con un “pacto de silencio” que era “una especie de juramento a la bandera, jurar lealtad y silencio sobre todo lo que viera mientras estuviese dentro de los servicios de inteligencia”.
“[El juramento dejó de ser válido] cuando me echaron [en 1985] y no habría seguido siendo válido porque hubieron muchas situaciones en las cuales nunca estuve de acuerdo - obviamente no se lo comenté a nadie - pero no estaba de acuerdo con que mataran a gente, incluso gente inocente″, aseguró. Luego agregó que solo reveló sus aprehensiones a una persona, el suboficial de Carabineros José Manuel Sarmiento Sotelo, y desde ahí lo tuvieron “entre ceja y ceja”.
En esa línea, lo más definitorio es que Jorgelino Vergara dejó en claro que, salvo una persona, “jamás, nunca” alguien logró salir con vida del cuartel Simón Bolívar Y ahí subrayó que las personas trasladadas hasta ese lugar solo duraban un par de semanas antes de ser asesinadas, con un caso excepcional siendo el de Víctor Díaz.
“Yo era el encargado de darles la comida en los calabozos, de darles agua y, bueno, las sesiones de torturas eran constantes, todos los días, [en horarios de oficina]”, afirmó sobre su estadía en un lugar que, por sus condiciones socioeconómicas, se transformó en su residencia junto a otros dos soldados. Oor ello le tocaba hacer guardia.
Además planteó que las torturas incluían hipnosis a través de fármacos y sesiones de electroshock, en acciones en las que también participaban las agentes femeninas de la DINA. Y una enfermera, la teniente Gladys Calderón, era la encargada “de poner el tiro de gracia” a través de una inyección letal de cianuro. Con el tiempo, la criminal terminó siendo condenada por sus acciones en la Operación Cóndor.
En otro ámbito, un hecho relevante del cuartel tuvo relación con las acciones de Michael Townley, quien realizó tanto experimentos para las torturas, con máquinas de electricidad a control remoto, como pruebas con gas sarín en contra de presos peruanos que nunca pudieron ser identificados y que cayeron muertos de inmediato. “El gas lo hizo Eugenio Berríos y a los peruanos se le dio muerto con eso, con un tubito spray”, planteó el mocito.
Finalmente, Vergara desmintió haber asesinado a Víctor Díaz, asegurando que solo tuvo una función. “Yo no tenía ninguna relación con los detenidos, más allá de darles comida y agua, pero me tocó la lamentable función de trasladar el cuerpo... yo le tenía muy buena a ese cristiano, porque tenía un parecido a mi padre”, dijo apuntando contra dos infantes que tuvieron que rematar al militante del PC, ya que “El Elefante”, Juvenal Piña, no logró su cometido a través de un método de asfixia.
Las dudas sobre el mocito
En la entrevista con la revista Ercilla, Javier Rebolledo planteó que no se puede dar completa veracidad a las declaraciones del mocito.
“Le doy credibilidad a su infancia y juventud, pero posteriormente, en el período de la Brigada Lautaro, empiezo a contrastar con lo que van contando los otros agentes. En la tercera etapa de su vida, cuando cumple 18 años, tomó distancia, y lo que dice lo condicionó y se relativiza. Él entiende que es imputable, si confiesa o dice cosa, lo pueden procesar”, planteó.
En tanto, Marcela Said, co-directora del documental de “El mocito”, en una conversación con Mosciatti en julio de 2012, explicó que personalmente tenía una visión complicada sobre Jorgelino.
“Pero independiente del grado en que uno esté dispuesto a creerle, yo siempre le digo a la gente: gracias al testimonio de Jorgelino hay procesados en este caso”, expresó en un escenario en el que siempre explicó que su documental buscó presentar ”la ambigüedad entre ser víctima y victimario al mismo tiempo”.
Finalmente consideren que, en abril de este año, la Corte Suprema ratificó la condena contra 47 exagentes de la DINA - incluido Miguel Krassnoff - por los secuestros calificados de diversos líderes comunistas, incluidos Jorge Muñoz (marido de Gladys Marín) y Waldo Pizarro (padre de la diputada Lorena Pizarro), y el homicidio calificado de Víctor Díaz. Todo aquello era conocido como el caso Conferencia I. Por otra parte, en junio de este año, el máximo tribunal cerró las condenas de otros 14 exagentes por el caso Conferencia II.
Ve el documental “El mocito” a continuación.
Leer más:
- Negando hasta el final: la controvertida última entrevista de Manuel Contreras
- Los impactantes relatos del primer caso que logró romper con el secreto de la Comisión Valech