La casona, que alberga el municipio, ha sido cuna por décadas de relatos sobre ruidos y hechos inexplicables. Y de un particular fantasma.
Se dice que las grandes casonas, que lentamente van desapareciendo en Santiago, siempre guardan secretos. Historias oscuras que, a veces, se relacionan con la iglesia o terratenientes y que se vinculan a lo paranormal: la presencia de entidades que siguen penando, buscando una escapatoria de este mundo.
En este tétrico limbo se encuentra la Municipalidad de El Bosque, cuyas oficinas ocupan precisamente una de estas antigua edificaciones en la calle Alejandro Guzmán, en terrenos donde la modernidad se funde con el campo. Una extensa propiedad que lleva a recordar tiempos pasados, y a la que se le vincula con historias que, generalmente, no tienen explicación.
Y entre éstas, son muchas las personas de la comuna que afirman que por la casona deambula un fantasma. Capucha café, sotana larga, un cordel amarrado a su cintura y mirada siempre baja. Así es como grafican al espectro quienes aseguran haberlo visto.
A principios del siglo XX, la casona fue el hogar del poeta Eusebio Lillo y tras su muerte, en 1910, la propiedad se convirtió en un asilo de párrocos franciscanos.
Los ancianos vivían sus últimos días ahí, dando paso a los primeros relatos de sucesos extraños en el lugar. Cada vez que un religioso estaba cerca de la muerte aparecía esta sombra deambulando por los parajes. Era como el aviso previo a su partida.
Un espectro con el atuendo típico de los franciscanos paseaba por el lugar. Algunos lo sentían como un viento frío que recorría la espalda, otros aseguraban que levitaba en el piso, 15 centímetros por arriba de la tierra.
Dicho relato fue pasando por generaciones. Cuando los franciscanos abandonaron el lugar, la casa fue usada como hogar de menores y luego como cuartel de Bomberos, hasta finalmente convertirse en la casona municipal.
Con la llegada del personal de El Bosque, los hechos volvieron a estar en boca de todos. Durante las noches, las cámaras de seguridad advertían presencias extrañas que se movían con rapidez. Los guardias iban a revisar lo que sucedía, pero no encontraban nada. Hubo otros días en que se encontraban frente a frente con el franciscano. El fantasma, siempre cabeza gacha, se quedaba parado levitando ante la incredulidad de quienes miraban la escena.
Con el pasar del tiempo, empezaron a encontrar algunas oficinas completamente desordenadas. Y, más aún, los testigos aseguran que en los sitios donde se aparece el fantasma el aire se torna denso, pesado y húmedo. Como si la respiración faltara.
Como si esta presencia no bastara, en la plaza central y algunas piezas se han escuchado gritos de niños pidiendo ayuda, los que se asociarían al tiempo en que la casona fue un hogar de menores.
Los registros sonoros abundan durante las noches. El miedo se palpa entre los trabajadores municipales que debieron acostumbrarse al peregrinar de ruidos y sombras que abundan en el lugar.
Pese a toda la actividad, las almas no son violentas. Algo le falta al franciscano para hallar la paz eterna, y hasta que no lo halle, continuará paseando por los que alguna vez fueron sus terrenos.