La inseguridad del sector, la sobrepoblación de vendedores ambulantes y, principalmente, el Estallido Social —seguido por la pandemia—, dicen los locatarios, dieron forma a la tormenta perfecta. Hoy, este Monumento Nacional dejó de ser sinónimo de fiesta y de reunir a los turistas. Por el contrario, cada vez está más vacío y sus propios dueños se plantean bajar la cortina.
En un momento de la historia, el Mercado Central parecía ser un destino obligado para todo quien pisara las calles de la capital por primera vez.
Ubicado a unas pocas cuadras del casco histórico, entre las calles Ismael Valdés Vergara, 21 de Mayo, San Pablo y Puente, reconocido por la oferta de pescados, mariscos y el ambiente festivo que le imprimían sus propios locatarios, era advertido como un sitio atractivo para turistas.
Ideal para quienes quisieran probar las preparaciones más frescas del mar y, por cierto, un clásico para los que deseaban recomponer energías después de unas horas de juerga.
No por nada, sirvió como escenario para la grabación de una de las ficciones más reputadas que ofreciera la televisión local, Amores de mercado (2001), de Televisión Nacional de Chile.
Allí, entre sus pasillos, de seguro se acordará, pelearon un sinfín de veces El Clinton y las hermanas Peralta, vendía frutas y verduras la Maitén mientras se acercaba cada vez más al Jonathan, y el público se enamoró de Pedro José, El Pelluco (Álvaro Rudolphy), un ingenioso y extrovertido garzón devenido en quizás uno de los personajes que más se recuerden en el mundillo de la cultura pop.
Hasta el funeral se le hizo en el recinto…
Como sea, eran otros tiempos. Es más, en junio de 2012 la revista National Geographic ubicó al Mercado Central en el top five de mercados a nivel mundial, sólo superado por los de Toronto, Nueva York, Santa Lucía y Belém en Brasil.
“Este lugar típico reúne una serie de características que lo hacen llamativo para el turista, el que encuentra una exquisita gastronomía con platos que aun siguen conservando la identidad local”, decía en ese minuto el Director Nacional de Sernatur (S), Daniel Pardo.
Para entonces, el recinto, declarado Monumento Histórico en 1984, contaba con más de 241 locales divididos entre pescaderías, puestos artesanales, carnicerías, queserías, abarrotes, botillerías y panaderías. Se calculaba que trabajaban más de 800 personas y se la pasaba colmado de gente.
Hoy, sin embargo, ya no es así.
Mesas vacías e inseguridad
Las horas de almuerzo, de hecho, ya no son así. Donde antes había que reservar para alcanzar un lugar, hoy se distinguen varios claros, mesas vacías, locales a puertas cerradas —se estima que sólo hay un 70% de los puestos abiertos— y muchos de los garzones debieron sumar a su rutina el perseguir a potenciales consumidores para casi que tomarlos del brazo y convencerles de sentarse. Parece ser la única forma.
Los locatarios enumeran algunos de los motivos que propiciaron este triste pasar.
Y en primer lugar, coinciden, se ubica la inseguridad: la entrada por Puente, que alguna vez fue su principal fuente de visitantes, resulta cada vez más inaccesible. Por los lanzazos y la sobrepoblación de vendedores ambulantes, la gente ya no quiere pasar por allí. Lo evitan.
De hecho, según datos que recogió La Tercera, en el cuadrante donde se ubica el Mercado Central, se han perpetrado 1.541 delitos hasta este mes de agosto. Es decir, un 96% más que en el 2021 a la fecha.
En segundo lugar, denuncian que es prácticamente imposible competir contra la venta de comida callejera.
Además de que son decenas los que se ubican a unos pocos metros del monumento, se trata de productos que no pasan por normas de higienes. Nadie los obliga a ello.
Marco Morgado, empresario del mercado, se lo explicó así a La Tercera: “Si viene la Seremi y tengo una baldosa quebrada, me hacen un sumario y me sacan un parte. Pero afuera venden lo que quieren, con toda tranquilidad y sin ninguna medida sanitaria”.
Finalmente, otro punto a considerar, dicen, y tal vez el más decisivo, fue el comienzo de la crisis, con el Estallido Social en octubre de 2019.
“Tuvimos que cerrar varias veces. En una ocasión nos trataron de destrozar las terrazas, tuvimos que entrar todo”, explicó uno de los locatarios en relación a algunos actos vandálicos que se realizaron en medio de las protestas.
Desde entonces, el declive ha sido evidente y sostenido, entre otras razones, por la pandemia mundial que afectó también al país y sobre todo a su comercio un año más tarde. Pasaron de cerrar una semana… a cerrar siete meses. Fue una especie de knockout.
Morgado le comentó al matutino que, en otras épocas, “era habitual ver cuentas de dos millones de pesos, fácil, entre seis personas. Eran turistas que pedían vinos caros, o platos como centolla”. ¿Ahora? Ni por asomo.
Las restricciones pandémicas se han ido flexibilizando con el paso del tiempo, pero el público no volvió como en antaño al Mercado Central.
Los dueños siguen ensayando respuestas que apuntan al devenir del barrio. Por ejemplo, señalan que cada mañana deben limpiar la orina que algunos dejan impregnada en la fachada del lugar.
Allí, también, suelen juntarse por las noches y beber alcohol “como si fuera algo normal”. Claro, aparentemente no está la protección que les brindaban antes.
O eso reclaman: “La alcaldesa Irací Hassler nunca nos ha dado la instancia. Queremos que nos escuche y se ponga en nuestra posición”, exigió Augusto Vásquez, uno de los locatarios, en diálogo con LT.
Eso sí, hay otro punto sobre la mesa. Y es el que expuso Mario Cavalla, director de la plataforma de turismo cultural Santiago a Pata. La relación precio-calidad, que ya no sería beneficiosa para los comensales:
“Antes era una picada, pero ahora les ven la cara de turistas y se exceden con los precios. Les cobran como si fuera un restaurante gourmet, pero no lo son”, disparó. De hecho, sostuvo que a sus clientes prefiere llevarlos a otros sitios, como el Barrio Italia, para que prueben los pescados y mariscos.
El periodista Ignacio Lira se sumó a esa hipótesis. “El Mercado terminó cayendo como la trampa de turistas que siempre fue: un lugar caro y malo, superado por quienes compitieron y lo hicieron mejor”, escribió en su cuenta de Twitter. Y agregó: “El Tirso de Molina está al frente y funcionando perfecto”.
Empresarios del lugar, como Marco Morgado o Augusto Vásquez, a diario le dan vueltas y vueltas al escenario actual. Tratan de ingeniárselas para reactivar el comercio y volver a lo de antes. Pero, al cabo de un rato, se convencen: no depende de ellos. Y entonces viene lo siguiente: ¿y si cerramos?
Morgado lo resumió así: “El mercado se puso feo. Se apagó, no hay bulla, no hay movimiento”...
“Y cuando no hay movimiento, hay muerte”.