Gabo e hijo ganan puros papes por salvar curados

Con 25 años chapoteando en las transparentes aguas de Cartagena, al salvavidas Gabriel Robledo Muñoz (50) no le vienen con cuentos: Su pega está lejos de ser como las de la tele, con esos minos musculosos, salvando doncellas a punto de ser tragadas por el inclemente oleaje ¡Ni así de cerca con la realidad!

El "Poseidón" de la Playa Grande es de los más experimentados del litoral y, gracias a sus habilidades marinas, salva más que soltera de 20 en uno de los parajes donde hay más emergencias de todo Chile.

¿El único atado? Nunca se ha topado con la Pamela Anderson.

Realató que en su sector le llueven los socitos sanos y buena onda, pero también  los giles que después de ser revividos se hacen los choros para no pasar vergüenzas. Hasta pepas de melón con vino le han salido en la "respiración boca a boca" .

"Una mujer con la caña puede llegar a pegar y no se puede hacer nada, mientras otras son agradecidas y piden disculpas", explica el más veterano de los salvatores.

Marcos, hijo de Gabriel ,  sacó las mismas aletas del padre y ha llegado a chantar un winner al mentón por proteger porfiados.

"Cuando los curados se están ahogando gritan como barracos pidiendo auxilio, pero cuando pisan tierra firme empiezan los problemas. Se ponen choros y uno a veces tiene que usar la fuerza y hasta pegar un coscacho para que se calmen", añade.

Pese a la ingrata pega, los delfines de la cosa están felices de trabajar en esta costa.

"Cuando uno se pasea vigilando la orilla, las chiquillas siempre le tiran el churros, aseguran, todo cancheros.

¿ Y QUIÉN LOS RESCATA A ELLOS, AH?

En Cartagua la cosa dista mucho de la realidad gringa que muestran en la tele. Con suerte llegan a pata al lugar de trabajo y ni siquiera tienen para comprar los implementos necesarios de seguridad.

"Esta es la playa más popular de todo Chile y la que menos recursos tiene en cuanto a materiales para los salvavidas", dice Gabriel.

Los muchachos claman por tablas de bodyboard o trajes de surf, pues "nos metemos al agua tantas veces que nos cagamos de frío y terminamos con hipotermia", alega.

Por Álvaro Espinoza M.

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