Bartolo no tenía nada. Sin dinero, bienes ni esperanza, quiso hacer un contrato con Lucifer, sin pensar que dejaría pagando al maligno hasta el día de hoy.
El invierno fue crudo ese año. Bartolo había perdido todas sus cosechas en los aguaceros que no amainaron nunca durante la temporada. Con una mano por delante y otra por detrás, no tenía ni un peso para parar la olla.
Abrumado ante la presión de su familia, decidió probar suerte en los lavaderos de oro, pero ninguna pepita se posó en su mano. La mala suerte parecía perseguirlo. Estaba chato. Cansado de que la desgracia lo persiguiera, pensó en una forma rápida y efectiva para hacer que su suerte cambiara de plano.
En medio de la desolación de su campo lleno de barro y sin ningún fruto, tomó una decisión: llamaría al diablo para acabar con todos su males. Durante todo el día le dio vuelta a la idea. Cuando se armó de coraje llamó a Lucifer desde las profundidades de la tierra.
- "Ven, ven, acá estoy señor Diablo. Quiero haular contigo", gritó a todo pulmón en medio del descampado. Bartolo esperó durante algunos minutos que apareciera alguien, o algo. Hasta que en medio de una ventisca, la personificación del mal se mostró en gloria y majestad.
Alto, portentoso, seguro de cada pisada, se abrió paso entre la tierra para mirar fijamente a Bartolo.
- Así que quieres conversar conmigo, dijo el diablo con decisión. Casi tartamudeando el huaso respondió con un tímido "sí".
- Bueno, debes saber que los pactos conmigo siempre se pagan, contestó el maligno ante la mirada resignada del huaso.
- Quiero dinero para pagar mis deudas. Te entregó mi alma y si quieres hoy mismo me puedes llevar, dijo Bartolo.
Sorprendido, el diablo tuvo compasión y le dijo: "Bartolo Lara, no te llevaré hoy, te llevaré mañana". El huaso pidió dejar el contrato por escrito y, tras firmarlo, Belcebú se esfumó en la inmensidad del campo, donde ni siquiera quedó huella.
Ese día el huaso pagó sus pendientes, compró bienes, entregó lo sobrante a su familia y sacó su mejor pilcha para irse al infierno. Y tal como lo había pactado, llegó al encuentro justo después del atardecer.
Cuando apareció el diablo dispuesto a llevarse su alma, Bartolo le pidió que le leyera el contrato que habían firmado.
"Bartolo Lara, no te llevaré hoy, te llevaré mañana", dijo el cachudo, y apenas terminó de hablar, el huaso tomó sus cosas y se despidió con un "hasta mañana" ante la incredulidad del diablo.
Al día siguiente, Bartolo volvió al lugar del pacto y la historia se repitió. Así, día tras día. En cada encuentro el huaso aprovechaba de pedirle más dinero al diablo, quien totalmente engañado por la viveza del huaso, accedía a sus peticiones con tal de tener el alma del hombre.
Todo hasta que un día el cola de flecha descubrió el embuste, lo que hizo que su furia explotara. El cielo se enrojeció, mientras Bartolo miraba cabizbajo como el diablo hacía que todo el campo comenzará a incendiarse.
Con susto, comenzó a correr en busca de la salvación, esperando que el diablo no lo siguiera.
Como el viento se alejó de la escena, llegó a su casa, tomó a su familia y con el dinero reunido intentó escapar lo más lejos del lugar. Sus vecinos cuentan que emigró a la capital, para no volver a encontrarse en su vida con el diablo, mientras el maligno sigue buscando en los campos al huaso chileno que lo estafó.