Era diciembre de 2003 y con 24 solitarios años, las alucinaciones no permitían que Rodrigo Orias conciliara el sueño. Estaba cansado. Así lucía al menos cuando, con incredulidad, uno de sus pocos amigos escuchó el relato sobre cómo su tétrico anhelo se había vuelto carne.
Por fin, le contó, el diablo se había presentado frente a su cama las noches del 16 y 25 de ese mes. El joven sufría de esquizofrenia, pero hasta entonces ni siquiera lo imaginaba.
Sólo entendía que su cuerpo cubierto de tatuajes rupturistas tiritaba cada vez que su cerebro lo obligaba a entrar una y otra vez en una realidad paralela, delirante, abierta por textos como el Necronomicón o el Libro de San Cipriano, que había conseguido durante una adolescencia cargada de ritos satánicos y excesos que no le permitían diferenciar fantasía de realidad.
En su natal Coyhaique, el joven creía haber abierto una puerta a través de sus textos malditos, recibiendo órdenes directamente desde el infierno: su destino era matar.
Dentro de su habitación en la casa de sus padres, voces le insistían que debía atentar en contra de algún miembro de la Iglesia Católica. La orden era perentoria, de lo contrario debería cumplir el pacto con un miembro de su familia (su madre) o de su círculo cercano (su mejor amigo).
Las semanas pasaban, pero el silente trabajador y ex alumno de la Escuela Agrícola local no generaba ninguna sospecha de lo que estaba por venir.
Era un solitario y nadie se extrañaba de eso. Según sus profesores, desde los 16 años presentó notorios cambios de actitud, como preferir la soledad del bosque a compartir con sus compañeros. Por esos días ensayaba sus primeros ritos con animales.
Recién a inicios de julio del 2004, ya con 25 años cumplidos, Rodrigo tomó la decisión y compró un pasaje para viajar a la capital y así "cumplir con su destino".
El plan
Al llegar a la Región Metropolitana, Rodrigo identificaba tres "yo" dentro de si mismo. A todos los escuchaba: su parte cuerda, la desquiciada y la que simplemente quería salir de ahí.
Caminando recorrió la ciudad para buscar alojamiento, con la certeza de que todo lo que sentía era real. No tenía idea de que estaba enfermo y de que la puerta para salir del infierno en su cabeza estaba a sólo un par de pastillas.
El 14 de julio arrendó una pieza en Santiago Centro. Ahí, por primera vez le dio forma a su plan y se organizó para llevarlo a cabo.
El viernes 23 de julio procedió a comprar una daga de 20 centímetros en pleno casco histórico de la capital. Se trataba de arma simbólica, no cualquier cuchillo, que al día siguiente, pese a estar nueva, decidió mandar a afilar aún más para cumplir su rito.
El día
Esa mañana, la del sábado 24 de julio del 2004, Rodrigo llegó temprano a la Plaza de Armas de la capital y se sentó en una de sus bancas, observando de frente la Catedral Metropolitana.
Faltando 15 minutos para las 18 horas, ingresó a la catedral. El padre italiano Faustino Gazziero De Stefani (69) ya casi terminaba la misa de las 5 de la tarde. Esperó el termino de la ceremonia y se dirigió al altar, ocultando la daga entre sus ropas.
Cuentan que Gazziero ya iba saliendo cuando Orias llegó al altar. En ese momento sacó su daga y comenzó a gritar frases de corte satánico, para luego apuñalar con sangre fría al sacerdote en diversas partes de su cuerpo.
Pese a que la escalofriante escena, amplificada por el sistema de audio de la catedral, fue una pesadilla para quienes lo presenciaron, hubo quienes intentaron ayudar al cura tomando por la espalda a Orias, quien al verse rodeado decidió cortarse el cuello para terminar con su vida.
Eso era algo que de todas maneras tenía planeado, ya que en su delirio pensaba que al día siguiente día podría reencarnarse en otra persona, pero para seguir con su misma vida y círculo social.
Lejos de eso, la pronta atención médica del atacante permitió que doctores salvaran su vida y que así el asesino pudiera rendir cuentas ante la justicia. El país entero estaba impactado, y prácticamente nadie entendía que todo había pasado producto de una esquizofrenia no diagnosticada.