Kate Moss debe ser una de las mujeres más retratadas de la historia. Y no se trata sólo de belleza, de los ángulos del rostro y de lo que expresan su boca y ojos. Es un todo, que cautiva, que conlleva magia. O como lo diría uno de sus retratistas, quien meditó sobre la sensación de trabajar en inmortalizar la faz de la modelo: "No puede compararse a más que con el que se siente fotografiando animales recién nacidos, o a un chiquillo salvaje".
Ese mismo rostro, el que pone los pelos de punta, ha estado encantando a los chilenos por estos días. Es que en el contexto de una invitación para ser la musa en el Museo de la Moda, Moss ha aprovechado de conocer el país, visitando la Región de Valparaíso y mirando de cerca Santiago.
Esa enigmática cara da un sentido a su impronta. Empinada en apenas un metro y 65 centímetros, vino a romper los cánones mundiales de la moda, los mismos que hablaban que para ser top model hay que medir sobre el metro ochenta.
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Y Kate ya lleva dos décadas marcando la pauta, pese a ser considera como una "mediocre" en las pasarelas.
De carne y hueso
Las fotos, sin embargo, no le sientan del todo bien a Kate. En 1992, a los 17 años, la inglesa vivió un verdadero tormento y que confesaría 24 años después... Fue para la campaña de Calvin Klein, la misma que la llevó a dar el salto de modelo a supermodelo y que, a la postre, terminó por llevar al infierno su matrimonio con el hombre que tanto amó: el fotógrafo.
"Me levantaba por la mañana y ya me estaba fotografiando. Yo le decía 'déjame en paz'. Estuve acostada así -en el sofá desnuda- durante diez días", reconoció sobre esa sesión que la llevó a la fama a costa del amor. "Yo no quería trabajar todo el tiempo, pero él estaba en plan 'sube al techo, quítate la ropa' y yo entonces pensaba 'ya basta'", recuerda.
Moss no es precisamente un ejemplo de vida, de esos conservadores. Es que su rostro también devela su lado oscuro, el terrenal, ese mismo que, probablemente, genera que ni las marcas ni los retratistas se aburran de ella.
Amante de la vida nocturna y a encender sus mañanas bebiendo cerveza, la musa inspiradora de millones encontró en el mundo de la música un lado que explotaría su alma y que marcaría su juventud. No por nada, se casó (y divorció) con dos cantantes.
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Esa imagen alocada no sufrió grandes percances ni provocó críticas. Eso, hasta que en el 2005 el diario Daily Mail sacó a luz el lado más sórdido de la inglesa. Su rostro, esta vez, era retratado mientras consumía cocaína. "Cinco líneas... en 40 minutos", tituló el medio.
Su carrera se fue en caída libre. Las marcas optaron de inmediato por rescindir sus contratos y vetarla de las pasarelas.
Reinvención
Dos años después vendría la reinvención. Para eso se separó del cantante Pete Doherty (apuntado como el gran responsable en el desplome de la modelo) y aprovechó el apoyo de sus grandes amigos.
Hoy, a sus 44 años, dicen que teme a que le den la espalda. No todo es para siempre. Y lo tiene claro.
Dejó el alcohol y conoció el mundo del deporte. Ahora cuida de lo que come, da un mensaje más familiar (posó para la revista Vogue junto a su hija) y ha mutado su carrera a negocios propios, para no depender de nadie. El cigarro, sin embargo, sigue formando parte de ella. No es perfecta...
A Kate la seguirán retratando. ¿Por cuántos años más? Depende de ella. Siempre ha sido así.