Una dama de compañía sufrió una bestial muerte a manos de un cliente. La mujer era conocida por tener un gran corazón, ya que ayudaba a niños y pobres de Calama, quienes hoy la elevan como una animita cumplidora y fiel a los suyos.
Sangre adherida a la tierra desértica entre Tocopilla y Chuquicamata. Una mujer caída y ultrajada. Sola. Asesinada con violencia y con solo unos bototos negros en su cuerpo.
Así encontraron una mañana de septiembre del 69 a Irene del Carmen Iturra Sáez. Hace días que sus cercanos la buscaban por todo Calama, ya que pese a su oficio de dama de compañía no era común que abandonara la zona.
La pobreza con la que vivía en Concepción la llevó al norte, donde comenzó a trabajar en el oficio más antiguo de la historia. A mediados de los 60' se asentó en la tierra del cobre. Era la más guapa del burdel, todos quienes llegaban encantados por su belleza le ofrecían sacarla de esa difícil vida, pero ella sólo creyó en un hombre. Convivió con un minero, Orlando Álvarez, aunque no quiso dejar su esencia.
Y es que el trabajo la ayudaba a ser alma caritativa en las poblaciones más pobres de Calama. Ahí visitaba a enfermos, entregaba comida, compartía con los niños y ayudando a todo aquel que necesitaba de ella.
Siempre mantuvo en sigilo esta doble vida y sólo algunos amigos sabían de su rol. Todo iba bien hasta que un cliente perdió la cabeza. La cortejaba, pagaba por sus servicios, intentaba seducirla, pero Iturra sólo lo veía con uno más. Hasta que llegó agosto del 69.
Obsesionado, el hombre contrató a la mujer, quien pactó el encuentro en el departamento de él. Tras el acto, el hombre perdió la cabeza. No soportó el rechazo de la mujer y tomó un objeto contundente para acabar con la vida de la joven de 27 años.
Sin pensar en lo ocurrido, cortó el cuerpo y se deshizo de él cerca de una mina. Días después la localizaron en horribles condiciones. Calama se conmocionó con la partida de Irene y todos en la ciudad se despidieron de ella.
Su asesinato quedó impune. Nadie fue juzgado por la cruel muerte de Iturra. Del paradero del sujeto nunca más se supo.
Con la irreparable partida de Irene, quienes recibían su ayuda comenzaron a venerarla. Peluches, flores y placas se tomaron su panteón en el cementerio de Calama. Cada día, decenas de personas iban a rezarle para que encontrara la paz y ella, desde el más allá, intercedía en los pedidos que le solicitaban. "Botitas negras" es el nombre con el que todos la recuerdan. La única prenda con la que quedó tras su asesinato. En Calama aún la lloran.