A 3.700 metros sobre el nivel del mar, en la Región de Arica y Parinacota, se encuentra la laguna roja, misteriosa fuente de agua de color escarlata donde, según cuenta la leyenda, habita el mismísimo demonio.
Donde las montañas están más cerca del cielo que del infierno, el pueblo aymara eligió un terreno para asentarse en épocas precolombinas para desarrollar su cultura llena de historia.
En Camarones, límite de lo que hoy separa a las regiones de Arica y Parinacota con Tarapacá, los primeros aymaras subsistían en base a la agricultura, buscando siempre el mejor lugar para establecerse por largas temporadas.
Desarrollaron mensajes en arte rupestre que guardan cientos de extraordinarias historias, para muchos desconocidas, tal como la que refiere a la laguna roja.
Misteriosa fuente de vida entre cerros y desierto, en algún momento de aguas claras, ayudaba a subsistir a los lugareños. Al lado del estanque principal, dos pequeñas fuentes completaban el tranquilo paisaje. Hasta que apareció un autodenominado dueño de ese espacio natural.
Entre olor azufre, el señor de las tinieblas llegó campante y se presentó a los aymaras. Con voz demandante, afirmó que los terrenos le pertenecían y conminó a los nativos a desalojarlo, antes de esfumarse. Los aymaras prefirieron hacer caso omiso de la advertencia, sin medir las consecuencias.
Algunos se acercaron a la laguna a tomar agua. Un sorbo fue suficiente para que se desplomaran en el acto. Las manchas de sangre que brotaban de sus cuerpos fueron tiñendo de rojo escarlata la otrora agua transparente.
Los cuerpos se hundieron y la temperatura del lugar comenzó a subir considerablemente, convirtiendo a la laguna en una mancha roja burbujeante, con olor a azufre casi irrespirable.
La maldición del señor de las tinieblas se hacía efectiva cada vez que alguien osaba tocar las aguas. Las lagunas aledañas también experimentaron cambios de color. Vencidos por el demonio, los indígenas huyeron del lugar.
Aunque era conocido por los lugareños, recién en 2009 las agencias de turismo decidieron explorar este sitio que se mantuvo escondido entre montañas por siglos.
Quienes tocan sus aguas quedan con manchas rojas y sedimentos en sus manos. Los lugareños siguen creyendo que el diablo habita en sus profundidades. Es más, aseguran que cuando una persona con malas intenciones se acerca, sus aguas comienzan a burbujear de forma constante.
Una mancha roja en medio del desierto, donde el diablo vigila todo con sigilo.