Fue un barrio que se forjó con sufrimiento y trabajo. Entre la maestranza y el estadio, la comunidad fortaleció su vínculo, pero la mala fortuna siempre terminó pasando la cuenta en el sector, que hoy vive recordando días mejores.
Día de partido. Los forofos llegan a San Eugenio con la esperanza de un triunfo. El ambiente de la cancha parece que hoy puede ser favorable a Ferroviarios. Banderas al viento, lienzos instalados y el aliento de un grupo de hinchas que grita con fuerza "¡¡¡efe con e!!!". Era un domingo cualquiera del siglo pasado.
En julio de 1941, con una capacidad de 31 mil espectadores, se inauguró con bombos y platillos el recinto de Estación Central, que perteneció durante años a la Empresa Nacional de Ferrocarriles.
En el hicieron de local Ferrobádminton y Ferroviarios, equipos aún sigue compitiendo en el fútbol amateur.
Detrás estaba la maestranza de ferrocarriles, desde donde se manejaba toda la actividad ferroviaria de Santiago. Galpones y casas que fueron testigos de cómo el barrio se forjó con sacrificio y trabajo, pero que lamentablemente no vio surgir al equipo de su comunidad, ni menos a su recinto deportivo.
Muchos ex trabajadores explicaban que el estadio tenía una mística extraña, algo que se palpaba en el aire. Pudieron ser los accidentes de la maestranza aledaña los que dejaron una carga en el centro deportivo, que servía como distracción para los trabajadores.
Se puede llamar mala suerte, pero San Eugenio siempre tuvo una energía única. Hubo accidentes en los talleres, pero en el estadio nunca pasó nada, o por lo menos eso dicen. Es más, muchos se jactan de que hasta Leonel Sánchez jugó en sus terruños.
A pesar de las miles de personas que podía recibir San Eugenio, casi nunca se llenó. El éxito siempre parecía lejano a la comunidad. Los equipos que pasaban por ese lugar no podían cosechar trofeos.
El trabajo en la maestranza comenzó a escasear. Hubo despidos. Reducciones. Nadie lo decía, pero pensaban que el lugar estaba cargado.
Algunos viejos le echaban la culpa a los antiguos convoy que tenían que ser reparados en la maestranza tras protagonizar accidentes. Hablaban de gritos desesperados y almas que deambulaban por el sector sin rumbo fijo.
Eso se intensificó durante la dictadura. El terreno fue usado como campo de tortura y detención de los mismos vecinos. Sufrimiento, dolor, congoja, muerte. Un sitio que quedó marcado con sangre para la posteridad.
Ese estigma se mantuvo en el barrio años después, mientras su querido Ferroviarios deambulaba sin encontrar el rumbo deportivo, un incendio se llevó gran parte del lugar. Nunca estuvo clara la causa del siniestro, pero marcó la decadencia definitiva del lugar.
Todo quedó reducido a una pequeña galería de madera, donde cabían 1.220 peloteros que mantenían con vida el amor por sus colores. Nadie quería culpar a la mala fortuna, pero algo había en ese sitio.
En 2012 llegó el momento que nadie quería. El recinto deportivo fue demolido para un proyecto inmobiliario. Sólo quedó la fachada de lo que alguna vez fue el estadio. La maestranza quedó reducida a escombros, mientras el barrio fue perdiendo fuerza.
La nostalgia continúa apoderándose del sitio. En el viento de San Eugenio se siguen escuchando los gritos de estadio, las heridas nunca cerradas de la maestranza y los estruendos de libertad de la dictadura. Esa mística sigue siendo única. Un barrio como pocos quedan en Santiago, y que lamentablemente, parece quedarse en el olvido.