Diego de Almagro. 21 de noviembre de 2016. Álvaro Plaza Santander, pica en mano, cava en una zanja de dos metros de profundidad para encontrar el cuerpo de Álvaro Plaza Ramos, su hijo. Le pega a las piedras, una y otra vez. Se sienta. Mira al cielo. Cierra los ojos. Una fuerte brisa recorre su cara, mientras el sol penetra la piel curtida a más de 30 grados. Y recuerda, vaya que recuerda...
Juvissa y Álvaro
Diego de Almagro: 16 de mayo de 1998. Plaza Santander toma una tijera para cortar el cordón umbilical de su primer hijo. Luego lo limpia, lo arropa, lo abraza y se lo entrega a su esposa, Juvissa Ramos Lara. El nombre del bebé: Álvaro, igual que el papá nomás.
Es 28 de septiembre de 2000. Alvarito ya tiene dos años y afirma con fuerza el dedo de su papá, quien se casa con Juvissa, en La Pintana. Hay fiesta. Álvaro mira con dulzura a su amada, a quien conoció en Chañaral el '97. Fue amor a primera vista, como le dicen.
El niño contempla al padre. Lo hace siempre, como cuando comenzó a trotar con él y a hacer flexiones de brazos todos los días. Esa energía la llevó a una filial de Santiago Morning, donde probó suerte como futbolista, hasta que Álvaro, armero de Carabineros, es trasladado en 2006 a la 20ª Comisaría de Puente Alto.
Vendría el primer golpe… Álvaro Plaza Santander se prepara para desfilar en la banda de guerra, pero un llamado le hace cambiar de planes. Es 4 de septiembre de 2010. Su hijo sufría una crisis de epilepsia en el colegio. El padre deja lo que estaba haciendo para ir en ayuda del niño.
Son tiempos duros. El dinero escasea y el tratamiento de Alvarito apremia. Y si bien la recuperación del menor es buena y le reconforta el alma, por otro hay una crisis familiar, que concluye con una dura determinación: Juvissa decide retornar con sus hijos a Diego de Almagro.
El retorno a "Diego"
El quiebre hirió en lo más hondo al clan, especialmente al primogénito, que se arrancaba en la madrugada para llamar a su papá desde un teléfono público. No había consuelo y el progenitor estaba consciente de que algo debía hacer…
El 2013, Álvaro es trasladado a Antofagasta y se impone el objetivo de rearmar la familia. Lo logra, a medias. Comienzan las juntas en Caldera, y Alvarito está más conforme, ilusionado, al igual que sus hermanas, en que la reconciliación era cosa de poco tiempo.
Convertirse en bombero sería para el adolescente una buena forma para seguir el espíritu de servicio de su papá. Él también sueña con ser carabinero, pero primero se transforma en brigadier de los jóvenes de Diego de Almagro, para luego ser instructor. Un ascenso meteórico, que era fuente de orgullo en la familia.
Fue en febrero de 2015 cuando los dos tuvieron una conversación. El joven abraza a su padre y le confiesa que lo siente como su mejor amigo. A continuación, le pide que cuide a Juvissa y a las dos hermanas. Álvaro, extrañado, le pide que esté tranquilo, que siempre lo hará. Era la despedida. Sería la última vez que hablarían frente a frente.
El día en que se desbordó el río Salado, el 25 de marzo de 2015, Alvarito iba a estar ahí. No podía ser de otra forma. Se subió al carro de bomberos para ayudar en las labores de salvataje. Valiente. Protagonista.
Adiós, hijo…
Diego de Almagro: 25 de marzo de 2015. Álvaro Plaza Ramos (16 años) traslada a un niño de cuatro años por el techo de un carro de bomberos. Abajo está desatado un aluvión. La operación tiene éxito, hasta que deja al menor en las manos de la madre, a quien también salvó. Luego, la confusión. El bombero hace un movimiento extraño, se retuerce y cae a las aguas. Nunca más saldría de ellas…
Dos días después, Álvaro recibe una llamado de su concuñado, quien le dice lo indecible: su hijo había caído a las aguas y no había regresado. Esta vez él no pudo estar para socorrerlo.
Incomunicados durante todo ese tiempo, sin luz ni comunicación telefónica, lo trasladan a Caldera y luego en helicóptero hasta "Diego". Ese 27 de marzo, a las 11.00, comenzaba su vía crucis.
Diego de Almagro: 19 de noviembre de 2016. Álvaro Plaza Santander, pica en mano, cava en una zanja de dos metros de profundidad para encontrar el cuerpo de Álvaro Plaza Ramos, su hijo. Le pega a las piedras, una y otra vez. Se sienta. Mira al cielo. Cierra los ojos. Una fuerte brisa recorre su cara, mientras el sol penetra la piel curtida a más de 30 grados. Y llora, vaya que llora…
"Dicen que estoy loco, que no dejo descansar a mi hijo"
Seiscientos cuatro días han pasado para conectar esas dos historias que tienen un denominador común: el pueblo y la pena de un hombre que sufrió la partida de su hijo y al que no pudo ofrecer un velorio, una misa, un cortejo fúnebre ni menos una sepultura donde ir a dejarle sus lágrimas y flores.
Sin embargo, Álvaro Plaza se resiste a despedirse de su primogénito homónimo. Lleva esos 604 días peleándole a la tierra, tratando de desentrañar del resquebrajado suelo los restos de su hijo para poder abrazarlo y, por fin, retomar una vida más normal, si se le puede llamar así.
"¿Sabe? Es extraño. Sueño con Alvarito. Lo veo feliz, riendo, pero es raro, porque no le puedo ver la cara. Siempre lo mismo. Creo que cuando cayó del carro se pegó en la solera del vehículo, quedó inconsciente y se fue sin sufrir dolor. Eso lo que quiero creer", reflexiona el hombre, quien hoy sigue luchando por cumplir el deseo silente de su hijo: la reconciliación familiar. Y si bien Álvaro y Juvissa no duermen juntos, al menos viven a pocas cuadras de distancia en el pueblo que vio nacer y morir al mártir de bomberos.
Plaza está convencido que su hijo yace en un sector muy cercano al lugar en que cayó hace 604 días. Está tan seguro que ha hecho lo imposible para conseguir máquinas retroexcavadoras y herramientas de última generación para lograr su objetivo. Y si faltan, sabe bien quién tiene una picota y una pala para no perder ni un solo día en su afán.
Esa convicción también tiene su base en las videntes que lo fueron a visitar a Diego de Almagro, entre ellas la de Chimbarongo, quienes indican que el cuerpo está a unos 500 metros del lugar donde se vio por última vez al joven brigadista y quien, a la postre, sería el único extraviado en el aluvión registrado en el ex Pueblo Hundido.
- Sebastián Cortés, la otra persona que murió ese día en el pueblo, cayó muy cerca de tu hijo, pero su cuerpo fue encontrado 12 kilómetros hacia abajo. ¿Por qué crees que tu hijo no corrió la misma suerte?
- Porque Alvarito cayó mucho más temprano ese día. Se hizo un estudio de las corrientes y a esa hora la profundidad del agua no era mayor a 70 centímetros, distinto a lo que pasó en la tarde, donde el agua cubrió todo.
- Pero la fuerza de las aguas permitieron, incluso, mover varios metros el carro de bomberos donde estaba Álvaro…
- Sí, pero es distinto. Alvarito está cerca. Lo sé.
- Lo otro es poder reconocer el cuerpo, en las condiciones en que pueda estar…
- Mire, acá no es como en el sur. No hay vida, no hay lombrices que puedan carcomer el cuerpo. Acá es seco. Tiene que estar tapado con tierra. Su cuerpo está entero.
- Pero con pala y picota resulta difícil… ¿Te han dicho que estás loco? Tú cuentas con ayuda sicológica.
- Sí, me lo han dicho, por medio de terceras personas. No de frente. A mi suegro le han dicho que no dejo descansar en paz a Alvarito, pero no voy a parar.
- El gobierno dejó de ayudarte el año pasado y los privados ya no te están cooperando como antes… ¿Seguirás insistiendo en que te ayuden con esta tarea?
- Un empresario me facilita un Geo Radar, el mismo que se utilizó para buscar a Kurt Martinson (joven aún desaparecido en San Pedro de Atacama). Ahora necesito que me aprueben un estudio de suelos, y que cuesta 70 millones de pesos. Para eso voy a ir a fiscalía este miércoles para lograr esa aprobación.
- ¿Qué pasará si se te cumple esa petición y no encuentras nada? ¿Habrá otra instancia o darás por terminado tanto esfuerzo?
- Creo que sería lo último, lo dejaría ahí. No, no, mejor no te quiero responder… No sé qué haría…
Diego de Almagro. Es 21 de noviembre de 2016. El pueblo que aún recuerda la calamidad, con el barro seco pegado a las paredes, ve caminar a Álvaro Plaza. Una y otra vez. Picota y pala en mano. Abriendo la tierra. Soñando con una ayuda del cielo. Creyendo en el día en que podrá llorar a su hijo en un cementerio.
Ayer. Hoy. Mañana…
Buscando a un culpable
- Resulta contradictorio, pero estás presentando una querella contra los bomberos, la misma institución que quiso tanto tu hijo… ¿Por qué lo haces?
- Porque acá hubo una negligencia. Ellos se tuvieron que haber trasladado al refugio ese día y no a la casa donde ocurrió todo. Mi hijo, antes de morir, recibió una descarga eléctrica.
Minutos antes el carro se había estado quemando con todo lo que estaba sucediendo.
- ¿Culpa a alguien en especial?
- No, a nadie. Eso no lo diré.
- ¿Pero no le resulta contradictorio lo que está haciendo, considerando que el cuerpo de bomberos de "Diego" lleva el nombre de su hijo?
- No. ¿Por qué? No tiene nada que ver una cosa con la otra. Yo quiero que se haga justicia, porque acá alguien dio una orden.