La Noria: el pueblo iquiqueño más cruel de la historia salitrera

Cada vez que veo imágenes del norte me acuerdo de "Pampa Ilusión". Sí, la telenovela que dio TVN hace años, en donde se bailaba charleston, todo vestían de punta en blanco y creo que la Di Girolamo hacia de hombre. Dejando la ficción de lado, en medio de esas precarias oficinas, calles polvorientas y una clase alta aprovechando sus privilegios para estrujar a los más pobres, se forjó la historia del salitre chileno.

Fueron años de bonanza económica, pero todo terminó. Y con el fin, llegó la destrucción y el olvido de todo rastro de lo que fueron los poblados salitreros.

Uno de ellos fue La Noria. Seguramente nunca ha escuchado su nombre, que en una de esas, buscaba "homenajear" a la máquina hidráulica para extraer agua. Curioso llamar La Noria a un sitio donde claramente el líquido nunca apareció

Pueblo estratégico, a orillas de la línea férrea, en donde las oficinas salitreras se abastecían de víveres, y la juerga estaba a la orden del día. La Noria supo aprovechar su momento de gloria, pero la decadencia comenzó cuando el ferrocarril nortino se expandió y sus habitantes comenzaron a emigrar.

El pueblo fue dinamitado, pero las almas de sus habitantes continuaron ahí. Entre ruinas, piedras, tierra y un viento que busca tumbar a cualquier visitante, el cementerio del lugar se volvió un sector que pareciera contar una y mil historias.

No estarás solo. Ya en el caserío se siente la sensación de ser observado. El ambiente es tenso. Dicen que el desierto chileno habla y uno sólo debe entregarse. En esta ocasión no quiso ser la excepción. Al pasar las pocas paredes que quedan en pie uno siente preocupación. Es como si alguien se escondiera y quisiera hablarte al oído. Se respira más lento. Se siente angustia a ratos. No hay espejismos, ni sombras, pero todo aquel que va sabe que no está solo.

Avanzando lentamente se ve un pueblo profanado. Otra vez el viento se levanta como queriendo anunciar cuál es el camino a seguir. La puerta al cementerio entre murallas a punto de ceder y un soporte de fierros oxidados con tres cruces sólo acrecientan la imagen de thriller. Tétrico.

El viento habla. Al entrar el golpe es tremendo. Restos óseos, tumbas abiertas, cruces de maderas carcomidas por el calor, un manto negro de desolación adornado por la tierra. De repente se escuchan risas, dicen que en los pueblos salitreros es común oír voces. Distingo claro algunos nombres. Podría ser paranoia, pero quienes conocen esta tierra son claros: acá el viento habla.

Pero cuando el sol se escondía, esto se ponía peor. Ir a La Noria de noche es prácticamente un encuentro con las peores pesadillas imaginables. Desierto oscuro. Traicionero. Las voces se hacen más claras. Ríen, cantan, juegan. Otras se lamentan de la vida dura e injusta. Siempre se dijo que este pueblo estaba encantando. Quizás por eso hechizó por tanto tiempo a quienes vivieron del salitre.

Excepto a los trabajadores, quienes fueron esclavizados por los exportadores del "oro blanco". Tan duras eran las labores que debían realizar de sol a sol que muchos morían. Solos. Cuerpos que en ocasiones, ni siquiera eran entregados a sus familias. Enterrados en fosas comunes, llegando al piso para ser el abono perfecto para una tierra indolente. Qué importa si esta noche quieren hablar por años de opresión.

Las muertes que dejó el salitre se fueron olvidando a medida que la gente abandonaba el pueblo. La baja del nitrato hizo que lentamente La Noria fuera desapareciendo del mapa. Hoy pocos recuerdan de su existencia.

Un sitio lúgubre

Aún se siente deambular a espíritus por las calles. El trato inhumano que hubo en ese lugar aún se transmite. El miedo se respira y eso que con suerte quedan un par de calles en pie. ¿Tanta energía negativa habrá en ese sitio? En una de esas, ese es el motivo para que nadie viva acá actualmente. Ni siquiera un cuidador. Nadie. Perdido en medio de la nada, preso de fantasmas del pasado.

Uno de los cementerios más sombríos del mundo, pero también de los más especiales. Si hasta dicen que han encontrado evidencia extraterrestre en el lugar. Quizás ET y Charles Darwin, quien recaló en La Noria en 1832, tenían ganas de hablar de biología o cosas más interesantes en medio de la pampa, pero se les olvidó guardar todo el equipaje.

La Noria actualmente es un lugar abandonado, ni siquiera el Estado pone atención en salvaguardar la historia de este pueblo. Sólo los más nostálgicos aún se reúnen una vez al año para recordar la niñez y momentos de alegrías vividos en este sector, que en la actualidad pertenece a Pozo Almonte, cerca de 60 kilómetros al interior de Iquique.

No toda la historia del salitre se cuenta en Humberstone o Santa Laura. Hay lugares que también tienen lo suyo que contar. En La Noria habla el viento, usted sólo dispóngase a escucharla.

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