La soledad de Villa Baviera se tragó a Rudolph Cöllen

Es como si desde el primer minuto quisieran pasar inadvertidos. Como si desde la edificación del recinto hubiesen pensado que la soledad sería su mejor aliada. Basta por preguntar dónde está el lugar y muchos quedan con la cara llena de dudas.

Es una mañana nublada en la Región del Biobío y La Cuarta viaja en la búsqueda de Rudolph Hans Cöllen Franzkowsky, el hombre de 76 años indagado por la Fiscalía de Concepción por al menos tres casos de agresiones sexuales a mujeres, que habrían ocurrido al interior de la ex Colonia Dignidad, hoy conocida como Villa Baviera.

Nos dirigimos a más de 95 kilómetros al noreste de Concepción. El destino es el casino de Villa Baviera instalado en la comuna de Bulnes, lugar donde Cöllen, en su calidad de administrador, habría cometido los abusos.

No es fácil llegar. En el camino que une a Bulnes con la localidad de Quillón, aparece a un costado de la carretera un camino de tierra y piedras. No hay locomoción alguna, más allá de un furgón de acercamiento para las trabajadoras del casino.

Tres kilómetros al interior, el color café y la ausencia humana en un sitio de recreación nos dan la bienvenida. Es el corazón mismo donde el alemán de oficio mueblista habría llevado a cabo las supuestas vejaciones sexuales.

Entramos y nos reciben con un simple "hola, ¿qué se va a servir". Pasan las horas y los waffles y el café ya desaparecieron de la mesa.

El movimiento humano es escaso y afuera un grupo de trabajadores realiza faenas de pintura y jardín. Dicen no tener idea de las acusaciones en contra de Cöllen.

En tanto, un comensal llega al casino y quienes lo atienden son unas simpáticas damas que visten atuendos típicos de Alemania.

Al preguntar por Cöllen con una foto en la mano y un simple "¿lo reconoces?", alguien tiende a dar una respuesta de afirmación.

Lo extraño llega al último. Tras largo rato dando vueltas por el recinto, pedimos a una de las dependientas si puede posar para una instantánea.

Su carita y el toque especial que le daba ese vestido germano se prestaban para el retrato perfecto.

"No, ella no puede. Tiene que venir otro día", salta algo molesta la administradora del negocio, Paola Bravo.

Nos despedimos. Han pasado casi cuatro horas esperando ver aunque sea la punta de la nariz de Cöllen, pero ello no ocurre.

Nos retiramos y a la salida una familia que dijo visitar desde hace muchos años Villa Baviera, recalca que "nunca nos ha sonado ese nombre. Vaya a preguntar adentro".

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