Vicente Benavides fue un sargento del ejército de los Carrera que, aburrido de los malos tratos, desertó y se cambió al bloque realista durante la guerra de independencia. Sus pasos entre un bando y otro eran frecuentes, siempre engañando, pero aún así, tenía la capacidad de reunir a mucha gente para sus fechorías, las mismas que lo llevaron a su muerte.
Después de ser intendente de Concepción comenzó una vida de robos y saqueos, obteniendo ganancias que luego repartía entre sus hombres. Pero eso no iba a durar para siempre.
La caída de Benavides y sus seguidores vino en la batalla de Vegas de Saldías, en la zona del Ñuble. El bandido fue derrotado, pero logró escapar con algunos de sus montoneros hacia terreno más seguro con el objetivo de llegar al Puerto del Callao en Perú. Eso sí, antes debía sortear los obstáculos que tanto realistas como patriotas preparaban para capturarlo, y con ello, recuperar los suculentos botines que se robó en innumerables contiendas.
Durante varias semanas fueron deambulando por todos los parajes de la actual región del Biobío hasta llegar a Lebu. En las orillas de la playa Millanenco, el primer grupo de fieles al oficial arribó con parte del botín y lo escondió en las inmensidades de una cueva cercana.
Benavides no contaba con que debería librar su última lucha contra soldados patriotas que intentaron frenar su huída por el mar pero, como siempre, supo escabullirse.
Desesperado llegó a la bahía con ansias de iniciar el viaje. Como varios en su tropa estaban heridos, el militar desechó a quienes no les servían, abandonándolos con unas pocas chauchas como recompensa.
En una improvisada barca ordenó que las monedas de plata y oro fueran montadas para comenzar el viaje al Callao. Sus secuaces fueron subiendo una a una las pesadas cajas, excepto una, que hábilmente uno de los batalladores había reemplazado por piedras al ver que Benavides lo dejaría en tierra.
La expedición zarpó rumbo a Perú, mientras en la playa el soldado de Benavides curaba sus heridas con aguardiente esperando ser rescatado. A la mañana siguiente, un grupo de pescadoras escucharon los desgarradores gritos del hombre.
Destino
Con hierbas medicinales las mujeres lograron estabilizar al montonero, pero le pidieron que fuera al pueblo para curar sus heridas. Él se negó y volvió a internarse en la cueva para custodiar el tesoro escondido. Preocupado por la gente que merodeaba el lugar, cavó un hoyo de poca profundidad en lo más recóndito de la cueva. Lo cubrió con piedras, hojas y tierra a la espera de recuperarse, pero eso no ocurrió. Falleció días más tarde manteniendo el secreto del oro.
Por su parte, los planes de Benavides de llegar al Callao se truncaron en Topocalma, en las cercanías de Litueche. Mientras el oficial se abastecía de víveres y agua, su tripulación se amotinó y lo entregó al gobierno ¿La razón? No quedaron conformes con los montos que recibirían del botín.
Apresado, Benavides fue llevado a Santiago donde recibió la furia de los capitalinos, quienes apedrearon al ladrón durante su entrada a la ciudad. Tras recibir la pena de muerte, su cuerpo fue mutilado por los oficiales del ejército. Sus extremidades y cabezas fueron expuestas por toda la zona centro sur como trofeo, mientras que el resto de su cuerpo fue incinerado para el tormento eterno.
La leyenda del oro de Benavides continúa viva en Lebu. Muchos son los que llegan a internarse en sus profundas y oscuras cuevas para tentar a la suerte y encontrar el botín que descansa en las entrañas del macizo. Incluso, algunos dicen que en cada amanecer se escuchan los gritos desesperados del montonero que Benavides dejó a su suerte entre las olas que rompen con fuerza la Playa Millanenco.
El sitio es popular entre quienes visitan la comuna de Lebu, a 140 kilómetros al sur de Concepción y en el corazón de la Provincia de Arauco. Un paraje natural tranquilizador, con playas de arenas blancas, un destino a conocer dentro del Biobío.