[Video] Conoce la leyenda del patriarca de los chinchineros chilenos

"Patitas de Oro" se niega a dejar los giros y mover sus piernas al ritmo de platillos, el bombo y el organillo. A días de cumplir los 90, Héctor Lizana Gutiérrez es la prueba viviente de un oficio que está muy lejos de desaparecer, aunque le hayan vaticinado su extinción hace cinco décadas.

En 1962, el Premio Nacional de Literatura José Donoso catalogó, en una crónica en la revista Ercilla, que los cultores de este arte tenían los "años contados (...) condenados a morir". Pero aquel melancólico augurio no se cumplió.

Hoy, los aludidos gozan de muy buena salud. Incluso los bisnietos del patriarca también son organilleros. Después de haber sido declarado Patrimonio Cultural Intangible por el Ministerio de las Culturas y las Artes, los chinchineros se preparan para convertirse en Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO.

En su casa del paradero 30 de Santa Rosa, al sur de Santiago, el chinchinero más longevo del país sigue sorprendiendo. Con apenas 12 años, en 1940, se inició en las calles empedradas del Santiago antiguo para luego visitar casi toda América Latina y, también, ciudades del primer mundo.

"Yo vivía en el barrio Matadero, en una casa de calle Concepción, que ahora se llama General Gana. Me hice amigo de los organilleros y bombistas que iban a comer algo y tomarse unos pencazos", cuenta el patriarca.

Bueno pa'l baile

El organillero Celedonio Vásquez lo invitó a recorrer las calles. Pasó por Coquimbo, La Serena, Antofagasta, Iquique y Arica, cruzó la frontera hacia Perú, Bolivia y Argentina... "Celedonio le pidió permiso a la señora que me cuidaba y me fui no más. Tocábamos música como 'Caballero sin Fortuna', 'Muera Callado', y así partimos con un bombo que me regaló".

- ¿Por qué le llamaban "El Patitas de Oro"?

- Por lo bueno pa' bailar, porque hasta que empecé los chinchineros estaban quietos tocando. Yo comencé a moverme, a llevar el ritmo en los pies y a pasar el pie por debajo del tirante que toca los platillos.

Ahora está pasando el otoño bajo cuidados de salud, mientras su clan crece y se diversifica. Su hijo Manuel es un eximio organillero, que en 1984 empezó a reparar los aparatos y después a construirlos, en 1990. "No me creyeron mucho cuando hice uno. Lo llevé a un festival de organilleros en México y hasta que reparé uno gratis allá, me tomaron en serio. Ahora me los encargan de todas partes, especialmente de Alemania", sostiene Manuel. Desde 2004 que es invitado a ese país, para mostrar su arte como fabricante de ese instrumento musical.

Chinchineros por Margot Loyola

El nieto del fundador del clan, Héctor, cuenta que "antes el oficio de mi abuelo era conocido como bombista, pero la folclorista Margot Loyola, en el Festival de San Bernardo (1970), dijo que mejor se llamaran chinchineros y así quedamos".

Este hijo de Manuel sabe chinchinear, tocar el organillo y además colabora en la construcción de los instrumentos. "Se puede tardar uno entre seis y ocho meses en fabricar uno, porque los hacemos a la antigua, con un cilindro de madera, que está hueco. Este lleva escrito en metal las partituras para tocar las teclas internas mientras que se acciona el fuelle que da aire a los cornetines. En cambio, en Alemania se hace con cilindros de papel, que duran poco. Los nuestros son casi eternos".

Mientras, la tercera y cuarta generación de organilleros y chinchineros se esmeran en agregar nuevas melodías a los tradicionales valses, foxtrot, cueca y trote nortino, como "Gracias a la Vida", el tango "Por una Cabeza" y ritmos populares actuales.

"Y aquí estamos, haciendo la pega, recorriendo calles, plazas, yendo a bodas, cumpleaños y actos culturales", finaliza "El Patitas de Oro", quien agrera: "Estamos modernos, y pueden contactarnos en www.chinchineroslizana.cl".

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