Tras unas relajadas vacaciones de invierno con dos adolescentes -nos fuimos al sur, ese donde el azul es intenso-, volver a Santiago fue dramático.
Colegio, pega, casa, supermercado, feria, aseo, lavadoras... la corriente que no funciona hace más de un mes en la cocina, cuya solución "provisora" fue un alargador que va desde el comedor; es como si los astros se conjuraran para ponértela difícil.
Durante una semana 24/7, logré esa complicidad con los niños, la que es tan difícil de construir en el día a día. Como si fueran mis padres, me dieron "permiso" para emparejarme, pero con condiciones: mientras el de 17 dijo "mamá, busca a alguien que nos invite a viajar", la de 15 soltó un "mami, busca a alguien que te quiera, porque es triste llegar a vieja sola y ya estás un poquito vieja".
Ahí me quedé, de piedra. Que a mis 43 años no soy vieja, ni siquiera en algún minuto he pensado que haré o dónde estaré de jubilada, pero algo caló en el corazoncito, porque ahora lo que menos deseo es despertarme y ver la misma cara en la almohada del lado.
Ni muerta, lo mío es puertas afuera y bien afuera, prefiero ver a mi gata, que es básica: comida, un lugar calentito donde dormir, mucho cariño y ya está. No necesito más para ser feliz que alguien que me cuide, acaricie, le gusté tirar y, lo más importante, que se tome la vida con humor. De lo contrario, no aguantaría mis olvidos y dispersión.
Mi sueño era un marido que trasnochara para ir a buscar a los niños a una fiesta, que se hiciera cargo de los desaguisados de la casa, al menos llamando a un maestro, o que fuera de compras al súper, pero si nunca manejó, el sueño estaba difícil de cumplirse.
Esos requisitos, que para mis amigas son el "desde", no te garantizan un matrimonio, porque pucha que es difícil la convivencia, la monogamia y compartir el baño!!!
Lo bueno es que después de un año separada, con cientos de lágrimas derramadas, me tomo mi nueva vida con bastante humor.
Si antes era la reina del orden, ahora vivo como si fuera una adolescente en un campo de batalla. Hay días, incluso una semana, en que no hay frutas o leche y claro, si no lo anotó en el calendario, la posibilidad de que me acuerde es cero y a eso se suman los "algún día": llamaré a un electricista, terminaré de lavar la ropa, ordenaré el vestidor...
Pero esto de ser desmemoriada tiene su encanto. Cuando "meto las patas", siempre termino riéndome, aunque me hagan bullying. Eso me pasó el viernes pasado. Situación: Junta de ex compañeros de universidad.
Llego al boliche saludando, a todo pulmón, con un "¡por Dios! están como estrellas de Hollywood" y a la primera que abrazo y besuqueo, una mujer alta -obvio que no sabía quién era-, le digo "cómo estay, te veo cada día más regia". ¿El detalle? Era la dueña del local.