El calvario que ha soportado María Fernández es para ponerse a llorar, pero a ella ya no le quedan lágrimas y tiene el cuero duro producto de tanto sufrimiento.
La mujer de 48 años vive en una humilde casa de la población Raúl Silva Henríquez, de Quilicura. Sale adelante solita lavando ropa ajena y con la pensión de gracia de 75 mil pesos que recibe su hijo de 19 años que sufre de autismo.
En febrero de 2007 la mujer se reencontró con un muchacho que ahora tiene 24 años. ¡Esa fue su perdición!
Aceptó llevárselo a vivir a su hogar porque lo conocía desde niñito y el compadre le contó una historia que le rompió el corazón; le dijo que no tenía dónde quedarse y que incluso había pasado la noche durmiendo bajo un puente del Mapocho.
El primer año todo funcionó más o menos bien. Su allegado trabajaba como guardia de seguridad en un supermercado y no le daba mayores problemas, pero al poco tiempo el cabro perdió la pega, nunca más volvió a trabajar, se puso violento y mandón.
"Me pegó varias veces, me tiraba de las mechas por el suelo y me agarraba a patadas", recordó la víctima, quien nos confesó que antes de eso "lo quería como a un hijo, lo presentaba como mi hijo y él decía que yo era su mamá".
El miedo impidió que María echara al tipo de su casa, a pesar de que en cuatro años no puso ni un peso para comprar pan y además le pegaba a su hijo. "Yo tenía que salir a pedir a la calle para tener qué comer", confesó.
La trágica historia dio un vuelco cuando la señora se matriculó el año pasado en el centro de mujeres de Quilicura. Ahí encontró alguien a quien contarle sus problemas y de la mano de la municipalidad le ofrecieron soluciones.
Hace un mes y medio le instalaron en su casa una alarma conectada a un control remoto parecido al de los autos, que la mujer puede activar cada vez que se sienta amenazada por su hijo adoptivo, a quien se atrevió a denunciar y la justicia determinó una medida cautelar que le prohíbe acercarse a menos de 200 metros de su víctima.
El 11 de abril el supuesto abusador se fue definitivamente del hogar de María y "la última paliza que me dio fue el 2 de mayo. Me pegó en la calle, me rompió los lentes y me fracturó tres costillas, pero desde que está funcionando la alarma no me ha vuelto a pegar", contó la aliviada mujer que no se desprende del control de la alarma ni para ir al baño.
Para evidenciar la efectividad del asunto, María la activó un segundo y cachamos que la cuestión suena más fuerte que la cresta. Si no la hubiese apagado altiro todos los vecinos buena onda habrían ido en su auxilio y llamado a la policía.
El alcalde de Quilicura, Juan Carrasco, está feliz por el éxito de la medida. "Este es un proyecto emblemático de nuestra gestión porque hemos desarrollado de manera sistemática una campaña para fomentar el buen trato a las mujeres".
- ¿Cómo así?
- Entendimos que las medidas cautelares de la justicia eran insuficientes para proteger a nuestras mujeres, por ello creamos un sistema en el cual tiene un rol fundamental la comunidad, puesto que cada vez que una alarma se activa, comienza a funcionar una completa red de apoyo hacia la víctima compuesta por vecinos, carabineros y la municipalidad".