Les quitaron la corona a los loros, las cacatúas y a los locutores deportivos que tienen la virtud de parlotear durante 90 minutos para explicar de manera totalmente diferente el partido que todo el mundo está viendo con sus propios ojos.
Justo cuando el reloj marcaba las 22.30 horas del viernes, los locutores de la Radio Madrigal de Nancagua, Matías Yáñez y Avelino Santos, batieron el récord nacional de cháchara con premeditación y alevosía, al cumplir 120 horas ininterrumpidas de blablá. La maratónica jornada a lengua suelta se inició el lunes pasado y sólo finalizó cuando a los profesionales se les acabó el bidón de saliva que todos traemos de fábrica bajo la lengua y por su garganta comenzó a correr un río de arena más seca que choro ahumado.
Los locutines acabaron disfónicos de tanto charlar con sus auditoras durante cinco días de transmisión sin pegar pestaña.
NOTARIO
Para que no hubiera malentendidos ni pelambres y todo quedara asentado legal y legítimamente, contrataron al notario público de San Fernando Pablo Berwart, quien con un reloj atómico en la mano y un segundero japonés en la muñeca certificó que efectivamente se cumplieron los plazos. El récord nacional lo mantenía una emisora de Lebu, en la Región de la Araucanía.
Tras finalizar la eterna cháchara, los tricahues del micrófono se fueron a tomar un caldo de gallo y para componer la garganta engulleron medio panal de abejas trabajólicas y se despacharon entre pera y bigote media damajuana de vino navegado con harta canela, cáscara de naranja dulce y azúcar rubia.
El más damnificado por la competencia, según se enteró La Cuarta, la que domina el do de pecho desde cualquiera posición, fue Avelino Santos, a quien se vio abandonar la emisora con las amígdalas en los bolsillos de su paletó de gabardina.
"Gestamos guy gontengos gon gaber germinado gon esta magatón de logución. Guengnas gnoches y gasta lag vistag", se limitó a decir.
Los amigos que los acompañaron durante su heroica gesta aseguran que durante la competencia bebieron 10 litros de agua salada para hacer gárgaras, un botellón de aguardiante para afinar la voz cuando comenzaba a parecer lija y dos plumas de ganso para desentumecer la úvula o "campanilla", como le llaman a la bolita de carne que cuelga desde la puerta de la garganta, cuando comenzó a sentir el esfuerzo desplegado