Mineros cambiaron la picota por el zapallo...

Los unió la angustia, el hambre y las ganas de salir adelante. Juntos se aferraron a la vida y protagonizaron una de las epopeyas más importantes de la historia. Osmán Araya y Darío Segovia vivieron 70 días de espanto con otros 31 titanes en la mina San José, ubicada a 40 kilómetros al noreste de Copiapó.

A casi un año del derrumbe que los hizo conocer la esencia del ser humano, el destino los volvió a unir. Pero ahora están libres, junto a sus familias y no tienen que soportar la sofocante humedad que los dejó llenos de hongos y escaras.

Ambos titanes respiran el refrescante aroma de los zapallos, papas, zanahorias y frutas que venden en la plaza del sector El Palomar, en Copiapó.

NO SE QUEJA

Segovia, casado y padre de seis hijos (tres de su primera esposa), se instaló hace cerca de tres meses con el puesto. No es una pega nueva para él, ya que cuando bajaba de la mina también se ganaba los porotos en este rubro.

"No me quejo hasta el momento, porque me da para sobrevivir. A veces llego con buena plata a la casa", cuenta el minero que llevaba sólo 3 meses en la fatídica San José.

Segovia dice que prefiere no ahondar mucho en las secuelas sicológicas del turno más largo de su vida. Sólo nos cuenta que hasta hoy despierta todos los santos días a las 4 de la madrugada, al igual que cuando estuvo atrapado en el yacimiento. "Tengo algunas pesadillas, pero la familia es fundamental. La familia es mi terapia", precisa.

Y agrega: "Hay que trabajar para surgir y no quedarse en el pasado. Le he dicho a otros de los viejos que trabajen, pero no me hacen caso", reflexiona.

TRANQUILO

Araya (30), casado y padre de cuatro hijos, labura a un par de cuadras de su compañero. Vende acelgas, tomates y limones en un vehículo que compró con la plata que les regaló Leonardo "Ricitos" Farkas".

"Estoy feliz con esto. Siempre quise ser mi propio jefe. Además, no me podía quedar sentado esperando que me cayera un trabajo", contó el minero "6" de la San José.

Araya, al contrario de la mayoría de sus compañeros, asegura que el derrumbe en la mina jamás le produjo secuelas sicológicas ni menos pesadillas. "Estoy muy bien, tranquilo", precisa.

Añade que está molesto con algunos compañeros que, a su juicio, se han convertido en verdaderas "polillas" y que "sólo quieren protagonismo".

"Gancho, se lo prometo, uno se encuentra con algunos de los viejos en el centro (de Copiapó) y ni siquiera saludan. Eso me da mucha rabia", remacha.

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