Se vino el Año Nuevo. Mientras todos celebran pensando que al día siguiente su vida cambiará, estaba sola mirando los fuegos artificiales, o sea había bastante más gente, pero nadie conocido.
Me fui a la playa, me gusta el mar, sentarme en la arena, pero bien abrigada -hay que decir que hace frío- y ver como el cielo se ilumina. Algún día iré a Brasil: vestiré de blanco, usaré una corona de flores rosadas, llevaré mi ofrenda a Lemanjá, la diosa del mar, y saltaré siete olas. Todo ello augura un buen año, pero lo mejor es que no pasaré frío como en el litoral central.
Tras escuchar el "Feliz Año Nuevo", seguido de nuestro querido "Puro, Chile, es tu cielo azulado..." -me emociona cuando los cuerpos esculpidos de la Roja lo cantan a todo pulmón-, pero ahí entre el gentío no sonaba tan mal.
Como siempre, estaba en mi mundo… enfocada en los colores cuando escucho un: "¡¡¡Clarita!!!!". Afiné la vista, veo repoco de lejos, cuando unos brazos extendidos me hacían señas, era la Zarina, una amiga que cambió el sol del desierto por el del mar. No la veía hace muchísimos años, tantos que ninguna de las dos los recordaba. No podía creer que, finalmente, no pasaría la última noche del año sola. La Zari andaba con una patota de amigos, incluido su marido. Tras los abrazos de rigor, nos fuimos a uno de los tantos bares que hay en el borde costero.
En mi largo deambular buscando pareja -digamos que últimamente mis conquistas han sido un fracaso-, me acordé de la bendita frase de mi compañerita italiana del colegio, esa que siempre repite como un mantra: "Clarita, las parejas no se buscan, Dios las envía".
Pero parece que cuando uno tiene cero expectativas, es cuando algo ocurre. No es que mi vida fuese a cambiar al día siguiente, pero hay días, en este caso noches, en las que las Tres Marías se acuerdan de mí. Miré al cielo, me costó, pero ahí estaban mis tres vírgenes y como soy supersticiosa me entregué, suena cursi, pero fue literal.
Entre copa y copa, nos pusimos al día. La Zarina tiene un hijo de 6 años, está empezando a criar; los míos ya saben cruzar la calle solitos. Por edad -sobrepasamos los 40-, ninguna volvería a cambiar pañales... ni siquiera admito nietos "apurados", para eso existen los condones.
Al igual que cuando después de un carrete regado nos metíamos bajo las estrellas al mar de Iquique, daba igual si era con ropa o acompañadas, nos pusimos a clasificar a los minos. Esta vez me reservó el número de posibles combinaciones, por ahora saber que no importa si el candidato es bajo o guapillo -ya he descartado a varios porque aunque enteros ricos, las artes amatorias no les son conocidas-, lo que importa es que tenga el "qué", ese algo que llama la atención, que te robe un beso -si va bien, puedes dar el siguiente paso-, entregarte... ya luego se verás como resulta.