El viaje del Oriflama comenzó en Cádiz, España, mientras otro duro invierno azotaba a Europa. Era el 19 de febrero de 1770 cuando el barco que había pasado entre fragatas francesas, inglesas e hispanas comenzaba su travesía para llegar al puerto del Callao, en Perú, por expresa orden del rey Carlos III, quien esperaba que sus hombres cumplieran con la misión.
¿Su cargamento? Joyas, fierro, telas finas, cristalería y más de 700 toneladas de carga invaluable. Pero el viaje sería una larga travesía que el navío no podría cumplir.
Cuando recién comenzaba su trayecto por aguas internacionales, una feroz pandemia fue arrasando con toda la tripulación. De los más de 200 hombres que partieron, al cabo de cinco meses 149 habían perecido, algo que se recrudeció cuando la embarcación pasó por el Cabo de Hornos para ingresar a Chile, en donde encontraría su final.
Navegando con las fuerzas mínimas por las inclementes aguas del Pacífico, a lo lejos un barco visualizó al Oriflama. Con bengalas en el cielo se hicieron notar, pero nunca hubo respuesta.
El barco en cuestión era el San Joseph. El capitán mandó a parte de su marinería a ver qué pasaba en el buque español encontrándose con una dramática escena.
Los moribundos tripulantes recibieron primeros auxilios, mientras algunos fallecidos fueron lanzados al mar para no seguir propagando la peste. El objetivo continuó siendo el mismo, llegar a Callao, sólo que ahora el San Joseph era el custodio del Oriflama. Pero nadie contaba con que un fuerte temporal los separaría.
La búsqueda por parte del San Joseph fue frenética tras la tormenta que los azotó en medio del Pacífico. Al Oriflama nunca más lo vieron.
Hasta que aparecería entre la desembocadura del río Maule y Mataquito, frente a la playa La Trinchera de Curepto. Ahí es donde se encuentra náufrago a su suerte hace casi 250 años.
En esa costa algunos aseguran ver figuras paranormales. Un barco con un resplandor de tono amarillo que se ve a lo lejos durante las noches de luna llena en el pueblo.
Pescadores dicen que extrañas presencias aparecen en el sitio, como si alguien quisiera cuidar el botín que duerme en el mar. Fantasmas que merodean el sitio en donde la tripulación encontró el descanso eterno.
Las luces del Oriflama son visibles desde la playa de Curepto, sumándose al sinfín de barcos fantasmas que pasean por las costas nacionales.
Hay quienes se atreven a decir que la embarcación recoge a quienes perdieron la vida en altamar, recorriendo el ancho mar chileno, pero lo concreto es que el pueblo aún vive con la esperanza de rescatar este trozo de la historia hundido frente a sus narices.
Para esto hay un proyecto que dio con la ubicación exacta del navío. Un grupo de profesionales bajaron los nueve metros que separan al aire del buque hundido y allí encontraron parte del botín que el rey Carlos III pidió rescatar, pero nunca pudo hallar.
Sacaron muestras de algunos artículos, todo parecía que la leyenda del Oriflama iba a terminar, pero el Consejo de Monumentos Nacionales apagó todas las ilusiones al señalar que el tesoro es de todos los chilenos. En esa disputa ya han pasado 10 años. Dimes y diretes mientras el barco continúa descansando.
Sus guardianes fantasmales continúan resguardando al Oriflama. Puede ser una de las razones del porqué en tanto tiempo no han podido arrancar este barco de los brazos marinos. Por ahora seguirá en ese lugar, alumbrando durante las noches la bahía de Curepto.