En Curicó las cosas parecen ir de mal en peor.
Tres de las más grandes iglesias de la ciudad fueron cerradas por riesgo de derrumbe, el casco histórico del centro quedó en el suelo, muchos comerciantes venden el kilo de pan a tres mil pesos y los saqueos a tiendas quitaron toda la confianza a los vecinos. Ni siquiera se atreven a salir.
Pero cuando todo parece ir en contra, la fe es capaz de mover montañas.
El sacerdote José Luis Villalón Correa lleva 58 de sus 85 años sirviendo al Pulento. Después del megaterremoto su iglesia cerró, pero sus ganas de ayudar se mantuvieron intactas.
Un día después de la catástrofe y ante la falta de un lugar para rezar, con otros curitas de la ciudad acordaron oficiar misas cueste lo que cueste, en cualquier lugar, llueva, truene, relampaguee o terremotee.
Con la ayuda de los acólitos, el sacerdote, que desde hace dos décadas enseña a los aspirantes a curita en el Seminario, sacó unas bancas de la iglesia La Merced hasta una plaza, tapó una mesa con un mantel, puso un cáliz, se puso la estola y agarró un parlante de tipo karaoke para vocear la palabra de Dios. El resultado fue un verdadero milagro.
Los feligreses llenaron las bancas y los que pasaban por el lugar se sentaban en el pasto a escuchar el Evangelio, mientras en la calle, a pocos metros del sacro lugar, avanzaban camiones, motos, autos y cuadrillas de reconstrucción. En pleno lunes, la plaza se llenó más que cualquier domingo.
"La vida es lo más valioso y esto no hay que tomarlo como un castigo. Es necesario reflexionar para darnos cuenta de lo que tenemos", contó en la iglesia de campaña.
"No me doy cuenta del ruido. Cuando hablo en misa, no existe nada más importante. También ayuda que esté medio sordo", asegura el curita de curitas.
- ¿Lo retan por hacer misa afuera?
- Por supuesto que no. Todos somos Iglesia y nos reuniremos donde sea. Paso el dato altiro y les digo que el domingo haremos una en el parque.