¡Penan en hora punta! Los cinco fantasmas que meten miedo en el metro

Los ven en el Metro de Ciudad de México, en el de Caracas, en el de Londres, en el de Moscú, con su estación Bolokolamskaya que llama al suicidio y con cada invitación que los de carne y hueso aceptan se sigue llenando de fantasmas. ¿Por qué no pasaría lo mismo en el de Santiago? Total ya está mayorcito, tiene 42 años, 118 estaciones, un tráfico diario de al menos 2,5 millones de personas.

Claro que esta red de vías, túneles y estaciones no sólo alberga habitantes aglomerados y muertos de calor, que deben soportar tufos, apreturas y dramas.

También es un lugar de intenso movimiento al caer la noche y adentrarse en la madrugada, cuando escasea la gente y sólo se movilizan los que hacen posible que el servicio funcione para cuando llega el nuevo e intenso día.

Pero no están solos, como cientos de testigos lo cuentan a los largo de cuatro décadas, pero con sordina porque el Metro de Santiago es muy celoso de su imagen como sus parientes de otras capitales y grandes urbes. Aunque, hay voces que cuentan lo suyo con rostro y nombre, porque se han ganado el permiso con años de trabajo. Es el caso de David Toledo, supervisor de seguridad en la Línea 4, con casi 40 años de trabajo en el servicio, quien dejó parte de su experiencia con "lo extraño" en un apartado de su libro "Ferrocarril metropolitano: bitácora de un funcionario 1978-2007".

Estaciones

El Llano: Sus relatos sobre fantasmas son propios y de otros empleados, y aunque se mantiene entre el escepticismo y la creencia, no tiene explicación para lo suyo. "Fue en los años 80, cuando en una ronda de supervisión llegué de noche, en pleno toque de queda, junto a un chofer a la estación El Llano. Y al entrar siento risas de mujer y pensé que el vigilante no estaba solo. Sospeché que me ocultaba algo, le pregunté si había alguna novedad y me dijo que no. Le dije que se escuchaban risas de mujeres, me contestó que si dudaba fuéramos a revisar. Subimos y escuchamos las risas. Revisamos todo y no había nadie, nunca hubo alguien, por lo menos humanos".

Santa Lucía: Pasada la medianoche, el vigilante de la estación Santa Lucía se dirige a la oficina de la jefatura para tomarse un café, entra, levanta la vista y ve en el andén opuesto a una niñita de unos siete años, corriendo y saltando alternadamente en una y otra pierna. Tal vez el "piloto automático" con que hacemos muchas cosas en la vida, le impidió dimensionar el hecho. Deja la taza con café en el escritorio y piensa: "¿Qué hace una niña tan chica sola en el Metro y a esta hora?". Alarmado, sale de la oficina a ver, pero no hay nadie, sube a la mesanina y nada, llama a sus colegas de otras estaciones e igual resultado: no hay reportes. "De la pequeña no se supo jamás", cierra Toledo.

Los Héroes: Pero hay más. Pasadas las doce de la noche, tres mujeres hacían el aseo en el andén de la estación Los Héroes, en la Línea 2 . Eran ellas y un vigilante de azul. Todo bien, normal. ¿Normal? Hasta que una baja la mirada hacia las vías y en dirección a la estación Santa Ana ve a una niña de unos ocho años jugando a botar la pelota. Asustada grita y las tres llaman al hombre que estaba arriba, en la mesanina o boletería. También la ve y se arroja a los rieles para sacar a la niña. Al acercarse, la pequeña no se queda quieta, pero tampoco corre… "Ella se deslizó, como flotando, hacia atrás, hacia Santa Ana, treinta metros. El vigilante dio unos pasos y volvió a deslizarse y, antes de que se acercara de nuevo, aparecen dos figuras a cada lado de la niña, como papá y mamá, y desaparecen", cuenta Toledo. Después vinieron los gritos, las carreras: el pánico. De las tres aseadoras, dos optaron por dejar el servicio, y el vigilante renunció al poco tiempo. No querían más.

Vicente Valdés: Estaba resfriado, pero se hizo al fuerte y casi desde la cama Sebastián Luhr emprendió camino al Estadio Nacional, porque era el gran día. Con tiempo había comprado las entradas para la última visita de Iron Maiden y abordó un convoy de la Línea 4 para bajarse en Grecia, donde combinaría con una micro para ir al recital. Estaba en el túnel de la estación Vicente Valdés, rumbo a Vicuña Mackenna, y se le ocurrió tomarse una selfie cuando estaba solo en el vagón. Apretó el obturador del teléfono y tomó una, pero no le gustó porque estaba borrosa. Decidió tomar otra y salió bien, pero con una mujer vieja detrás de él, se dio vuelta y no había nadie. No entró en pánico y todo quedó ahí. Fue feliz con Iron Maiden, "pero un amigo que recibió mi foto y se enteró de la historia difundió el caso hasta en televisión, me han penado, pero eso pasa, ¿no?", sostiene Luhr.

Cementerio: No fue por el gusto de tentar al miedo, pero las tres amigas y compañeras de colegio estaban en el tour del Cementerio General, en 2005, y al final decidieron irse en Metro, lo abordaron en la estación Cementerio, de la Línea 2, y para culminar el paseo decidieron tomarse unas fotos. Una de ellas, Valentina Sánchez, estaba ahí cuando a una de sus compañeras le tomaron una foto con una Kodak digital. Al día siguiente, al ver las imágenes, detrás de la fotografiada y del cristal de la ventana del vagón aparecía una mujer de cuarenta años. "Creo que ese fantasma salió en la imagen porque nosotras estábamos cargadas, veníamos así desde el cementerio", explica doce años después Valentina.

"Cargada", "explicación", son palabras que en este plano repulsan a los escépticos, pero son fenómenos que se repiten en otros ferrocarriles metropolitanos del mundo, como el de Moscú, donde al hacer un túnel apareció una casita de ladrillos, con techo rojo y toda su arquitectura incólume. O el Metro de Caracas, donde se aparece y desaparece, entre muchos seres raros, una mujer joven, con vestido de novia… la dejaron plantada en el altar. ¿Y el Metro de Ciudad de México? Con historias de ratas gigantes, niñas que juegan en las vías, alaridos…

Una asistente de andén de la estación Baquedano tiene su teoría, cree que todo esto pasa porque los que hicieron el Metro taladraron las profundidades, un lugar secreto y de seres maléficos. Una "explicación" que le daría razón a los relatos de H.P. Lovecraft, que habla de seres primigenios, anteriores a los humanos, que habitan las profundidades y que cuando los hacen salir, obligados, espantan. La teoría de la mujer, que no quiso dar nombre y menos mostrar su faz, se hermana con el Xibalbá, el inframundo de los mayas, una dimensión subterránea donde hay otra vida y otro orden de las cosas. "¿Usted cree que el show de los fantasmas es sólo de noche? La función empieza entre las tres y las cuatro de la tarde, depende de cómo ande cargada la gente en el Metro", cierra.

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