"Jamás le deseé la muerte a Rogel, a pesar de lo que había hecho con Carla. Dios dice que hay gente que nace buena y otra que nace mala, y Rogel es uno de estos últimos. Por eso me da lástima, a pesar de lo que hizo", dice algo más tranquila al diario pop Gloria Palma, horas después de saber que el asesino y violador de su hija pasará 40 años tras las rejas antes de tener la posibilidad de optar a un beneficio carcelario.
Desde diciembre de 2008 que esta valiente mujer osornina ha debido sobrellevar su calvario, luego que Cristian Fidel Rogel Molina (35) le arrebatara de sus manos el bien más preciado que tenía: Su Carla Oyarzún, una lolita que a los 16 años pintaba para ser figura del atletismo nacional.
"Hago un llamado a los papás a escuchar cuando sus hijos les cuenten algo así, para que les crean y denuncien estas cosas", sostiene, preocupada de evitar que otra familia pase por una experiencia tan traumática como la vivida.
"Estoy tranquila de que (Rogel) no va a poder hacerle más daño a ninguna niña, porque la Carlita no fue la primera. Él estaba acostumbrado a que jamás nadie lo denunciara y todo quedara en nada", asegura.
Pese al profundo dolor por la partida de su regalona, la mujer señala que no quería una venganza, sino que sentía una imperiosa necesidad de justicia.
- ¿Perdonó al culpable?
- Sí, lo perdoné a las dos semanas que había pasado todo. Dios me dio la fortaleza para hacerlo. Incluso rezo mucho por él, para que así diga todas sus verdades. A lo mejor no debería decirlo, pero estoy casi segura de que él tiene algo que ver en la desaparición de Hasper Del Río (amiga de Carlita que desapareció el 9 de abril de 2008), y sólo si él habla le dará tranquilidad a la madre de esa niña. Yo por lo menos tuve la tranquilidad de encontrar a mi hija y darle una cristiana sepultura.
- ¿Qué sintió cuando supo que el único sospechoso era Rogel, un amigo de la familia?
- La verdad, sentí mucho dolor, porque él me había arrebatado a mi hija, a mi regalona. Él sabía que la Carlita era mi guagua, la menor. Era algo que siempre conversábamos con él y se aprovechó de todo eso.
- ¿Cómo ha sido su vida y la de su familia después de esta tragedia?
- Con dolor. Cada uno lo vive a su modo, pero Dios nos ha dado mucha fortaleza. Siempre hemos sido una familia muy unida. Además, a pesar que físicamente Carlita no está con nosotros, ella nos llena muchos espacios. Sentimos su presencia en la casa y eso nos da tranquilidad. Hemos seguido haciendo todas las cosas que a ella le gustaba hacer. Igual echo de menos los abrazos o escucharla diciéndome mamá, pero sabemos que nos encontraremos en un tiempo más.
SALVAJE CRIMEN
La tarde del miércoles 17 de diciembre de 2008, Carla Stephanie Oyarzún Palma salió a trotar junto a su hermana mayor, Andrea, cerca de la Villa Olímpica de Osorno.
Como Andrea tenía que entrenar una hora más que su hermana, las deportistas tomaron rutas distintas. De pronto la niña desapareció, lo que alertó a sus vecinos.
El propio Cristian Rogel, destacado atleta de la zona que fue sindicado como la última persona que vio con vida a Carla, encabezó activamente uno de los grupos de rastreo. Para confundir a los investigadores, los llevó hasta un lugar distinto de donde estaba el cadáver.
La búsqueda concluyó al día siguiente en un pastizal cercano. El cuerpo tenía signos de estrangulamiento y agresión sexual. La joven tenía su pantalón de buzo atado al cuello.
ESPOSA FUNÓ AL CULPABLE Y LO HUNDIÓ
La testigo más relevante para condenar a Rogel fue su propia esposa, Edith Fouchzick, quien notó que su marido llegó con arañazos el día del crimen y luego se duchó con la ropa puesta.
"Me puse muy nerviosa. La polera tenía sangre y manchas de manos marcadas con barro. Se me vino a la cabeza que Cristian algo le pudo haber hecho a la Carlita", declaró la mujer.
"Tuvimos un pololeo muy bonito, pero después todo cambió. La primera vez que me pegó fue el día de Navidad, en nuestro primer año de matrimonio", contó.
Al final de su testimonio en el juicio contra Rogel, Fouchzick pidió apoyo para ella y su familia, con el fin de poder reconstruir su vida.
Por Tatiana Aguilar y Pedro Pablo Robledo.