Clientes del local tiene 50 minutos para comer y media hora para empinar el codo con algún brebaje.
Después de casi siete meses de incertidumbre económica y sanitaria -donde incluso se pensó en bajar la cortina para siempre-, La Piojera, uno de los restaurantes más populares de la Región Metropolitana, volvió al ruedo para saciar el hambre y la sed de los miles de santiaguinos que transitan a diario por el centro de la capital.
Como lo dicta el protocolo sanitario en la atención de restaurantes, La Piojera debió "tomarse" una parte de la calle para instalar mesas con distanciamiento social y bajar su aforo. Incluso se incluyó un tiempo determinado según el consumo de cada cliente. Si van a almorzar o a comer tienen 50 minutos para estar en el local.
En cambio, los sedientos, que solo van a remojar la garganta con terremoto o cerveza, solo tienen 20 minutos. Después de ese tiempo, deben abandonar el recinto, sin importar que se les haya calentado la jeta y quieren seguir chupando algún otro mosto. "La reapertura ha sido emocionante y dramática al mismo tiempo.
Los sentimientos son encontrados, pero ahora esperamos que el negocio eche para adelante porque siete meses sin funcionar es para que quiebre cualquier negocio. Han regresado algunos clientes, pero aún se extraña la esencial del local.
Tenemos un horario nuevo y hemos tenido que acomodarnos a esta nueva realidad", comentó Carmen Ortiz, cajera hace siete años del recinto fundado en 1896. La trabajadora asegura que uno de los puntos más complejos del protocolo sanitario es convencer a los porfiados que, después de un par de copetes, no respetan el uso de mascarilla ni distanciamiento social.
"Se ha hecho complejo el cumplimiento de las medidas sanitarias, porque a veces las personas con un trago en la cabeza olvidan que estamos en pandemia, por lo que tenemos que recordarles todo el tiempo que usen sus mascarillas, aunque se enojen", sostiene la mujer.
Uno de los aspectos que llama la atención de La Piojera en pandemia son las nueva mesas que exhibe el local. Las tradicionales sillas de pajas debieron ser guardadas hasta nuevo aviso, por lo que fueron reemplazadas por unas de plásticos más fáciles de limpiar y sanitizar.
En total son quince mesas que lucen a la salida del Metro Cal y Canto, las que intentan llamar la atención de la clientela.
"Vivimos tiempos muy complicados en el local, y las ventas están difíciles porque no tenemos espacio para vender. Hemos tomado las medidas que nos exigen, aunque es incómodo estar en la situación que estamos. Hemos hecho todo lo posible para funcionar bien porque estamos en un barrio muy complejo para estar en la calle", comenta Hubert Bernatz , dueño del local.